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Es deseable que el arranque nacionalista de Donald Trump combatiendo la globalización vaya perdiendo ímpetu conforme tenga efectos contraproducentes en la propia economía norteamericana, de ... la misma manera que ocurrió en el primer mandato del político magnate. El celo restriccionista que sacude las relaciones comerciales internacionales, que envalentona a la ultraderecha en todo Occidente y que viene heredado del patriotismo fundamentalista surgido en los Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial, requiere una contestación contundente para que las presiones ejercidas por el nuevo gobierno republicano se conviertan en un bumerán al darse contra un muro. La guerra comercial es nefasta para todos. Incluso aquellos que creen que de mano puede suponer un beneficio o una oportunidad terminan sufriendo también sus consecuencias. Nadie está exento de los males del proteccionismo exacerbado, de la ruptura de los acuerdos multinacionales o de la censura a los organismos internacionales por el resurgimiento del mismo sentimiento que hace doscientos años inspiró la Doctrina Monroe.
Trump se aprovecha de la debilidad que manifiesta la Unión Europea sin una claridad de posicionamiento común sobre las relaciones que se deben entablar con la nueva Administración republicana. La ofensiva arancelaria lanzada por el presidente norteamericano supone un golpe durísimo para la industria, sufridora de la deriva europea de los últimos años por el abandono de la política de apoyo y protección al sector. La única manera de hacer frente a la ofensiva es mediante la unanimidad de criterio de los socios de la Unión, sin dudas ni escarceos en función de los intereses de cada país. Pero también teniendo en cuenta quiénes son nuestros enemigos reales, aquellos que más daño nos pueden producir en este mundo 'súper revuelto', con el caos superando ya todas las fronteras.
La contestación al trumpismo debería ser la apuesta decidida por el autoabastecimiento energético y la reindustrialización en el continente. El próximo día 26 sabremos hasta dónde tiene intención llegar Bruselas para impedir el ocaso industrial de Europa. La presentación del 'Clean Industrial Deal' elaborado por la Comisión Europea y comprometido por Ursula von der Leyen en su toma de posesión como presidenta quiere responder a los desafíos descritos en el 'informe Draghi', el demoledor análisis del estadista italiano que puso al desnudo las graves carencias de la política industrial y energética de la UE.
Veremos cuál es el contenido del ansiado plan. Pero cabe esperar que las medidas que recoja vayan firmemente encaminadas a garantizar la independencia energética con la expansión de las fuentes renovables y la energía nuclear, unos precios de la electricidad realmente competitivos, la inyección financiera que sea necesaria para relanzar la actividad en todos los sectores estratégicos y las acciones de defensa que se requieran frente a la invasión comercial de terceros países. En Europa no estamos en condiciones de seguir preocupándonos por tanta reglamentación interna y tanto librillo. Si el plan de la CE acaba siendo eso, la muerte industrial del continente será inevitable. La reacción ante la velocidad de los acontecimientos tiene que ser de hoy para mañana. Por eso mismo es inconcebible que se siga retrasando la aplicación de los mecanismos de ajuste en frontera de carbono y es imperativamente exigible que el prometido plan del acero sea presentado cuanto antes. Cada día que pasa sin actuar, más riqueza se pierde y más puestos de trabajo entran en riesgo.
En este tablero geoeconómico de locura, la industria asturiana pende de un hilillo. En esa guerra de todos contra todos, la región está abocada a convertirse en uno de los escenarios del desastre. Arcelor, que sigue siendo pilar de la actividad productiva en Asturias sin ninguna alternativa en ciernes, afronta un proceso de jibarización imparable, cuyo resultado dependerá de lo que ocurra a partir del 26-F. Con el programa de Von der Leyen, el blindaje arancelario y el plan del acero, la multinacional siderúrgica definirá el futuro de sus factorías. El anuncio de centralizar los servicios de apoyo al negocio que tiene en Europa en India, con ser un drama, no es más que la avanzadilla inquietante de un desmantelamiento que está por llegar.
La compañía tiene que acometer toda su reestructuración en Europa y este es el último año en funcionamiento de uno de los hornos altos de la región. Con la planta de prerreducidos de mineral descartada, el tamaño del hachazo quedará a expensas de conseguir que, después de la acería eléctrica de Gijón en 2026, se haga otra en Avilés para poder decir que aún mantenemos una siderurgia integral. Eso sí, de menor capacidad productiva y con apenas la mitad de la plantilla. Ante esa tesitura, habrá que ver hasta dónde puede llegar también el afán rescatador del Estado.
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