El gran cierre
En Gijón, en Oviedo, en Avilés se cuentan por decenas los locales comerciales que se van quedando vacíos. Hay que proteger a las tiendas como se debe proteger al acero, al campo o a la pesca. El comercio de proximidad también es prioritario
Lo que está sufriendo el comercio minorista es mucho más que una reconversión silenciosa, es una agonía dramática que está llevando al sector al fin. ... Puede que alguien piense que es una visión excesivamente pesimista, pero basta ver el constante goteo de cierres que se están produciendo en todas las ciudades de este país sin excepción para concluir que poco futuro le está quedando a la tienda de toda la vida en esta nueva época que se está edificando a una endiablada velocidad. En el centro de Gijón, Oviedo y Avilés se cuentan por decenas los locales comerciales que van quedando vacíos. El paisaje empieza a ser desolador. Cada día que pasa se baja definitivamente una persiana más. Da la impresión de que el gran cierre al que llevamos asistiendo en los últimos años se está acelerando y que todas las medidas que se han venido tomando para impedir su desaparición son insuficientes en un mercado donde la voracidad de la competencia no deja espacio para el débil.
En Asturias, hay más bajos en alquiler y traspaso que viviendas disponibles. El negocio está por los suelos. La alternativa ahora es convertirlos en pisos por ser más útil y rentable. En los barrios, comercialmente hablando, está sucediendo lo que ha llevado a la España vaciada. De proximidad, en todo caso, solo van quedando los bares. Y en las principales calles de las urbes los emplazamientos más atractivos a los que se aplica el cerrojo van siendo ocupados por las grandes cadenas, los imperios del sector, las poderosas franquicias, las marcas multinacionales. Y por otro fenómeno en auge, los espacios gastro, hamburgueserías, pizzerías, los takeaways… Comida rápida para una vida vertiginosa, enchufada al móvil con un inalámbrico y donde el escaparate está en la pantalla.
Hoy el comercio tradicional tiene cada vez más los días contados. Aguanta lo mismo que sus antiguos clientes que siguen entrando en la tienda haciéndose viejos a la vez que la propia propiedad. Estamos siendo testigos a diario de la clausura de establecimientos clásicos, del siglo pasado, que no tienen más remedio que desaparecer con el retiro de sus dueños y la falta de relevo generacional. Con su adiós, además, la ciudad va perdiendo a marcha forzada personalidad.
Para combatir la liquidación por jubilación, las cámaras de Comercio y el Gobierno asturiano decidieron emprender un programa de ayuda para facilitar que se produzca una sucesión con el fin de evitar la desaparición del negocio. Se trata de una de las acciones más recientes encaminadas a frenar la agonía de la actividad en una comunidad autónoma que, según la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia, tiene la mayor densidad comercial por habitante del país, un veinticinco por ciento más que la media estatal. Asturias es una de las regiones que mayor crecimiento experimentó en este capítulo por la fuerte implantación de los distribuidores de productos de gran consumo, hipermercados y macrobazares. La oferta de máxima rivalidad es indudablemente buena para el consumidor, pero nefasta para la emprendeduría cuando hay que enfrentarse a gigantes en una guerra sin cuartel.
El Principado y los ayuntamientos despliegan planes con importantes dotaciones presupuestarias para revitalizar la tienda local, conseguir que las calles tengan más vida comercial y los negocios sean competitivos. En Gijón, los incentivos a la compra por la vía de los bonos están ofreciendo buenos resultados, alivian los números de los establecimientos acogidos e incluso permiten mantener algún empleo. Todas las acciones que se hagan de apoyo al comerciante de aquí para ayudarle a innovar, usar las nuevas tecnologías, formarle, reforzar su oferta, incrementar el atractivo de su puesto, mejorarle el entorno, crear redes para poder competir mejor y fidelizar su clientela son totalmente prioritarias. Protegerles, como se debe de proteger al acero, al campo o a la pesca, es absolutamente estratégico en la construcción de nuestro devenir.
Pero luego hay molinos inmensos con los que luchar en un mercado de ritmos vertiginosos ante una sociedad sumamente cambiante. Los hábitos de consumo se transforman con una rapidez inusitada, las tendencias se modifican de la noche a la mañana, los periodos de rebajas no tienen límites, en internet no existe la ley… La actividad se ha convertido en una selva, donde el autónomo, además de tener la vista clavada en esa evolución hostil, ve cómo se disparan los costes, los impuestos, las cotizaciones… ¿Quién va a abrir hoy una perfumería, una zapatería, un kiosko-librería, una droguería, una ferretería, una tienda de tejidos, de electrodomésticos, de paraguas o una sombrerería? Por mucha vocación que se tenga, hay negocios que solo perviven en una postal de recuerdo. Yo me pregunto qué harían un Pepín Fernández o un César Rodríguez en este mundo tan inhóspito.
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