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España ha vuelto a poner de manifiesto, una vez más, sus fortalezas con la ingente prueba de estrés en la que se convirtió el apagón del siglo ... . La ciudadanía demostró con un comportamiento encomiable su capacidad para enfrentarse a una situación de extrema adversidad, con la nota más alta de civismo, responsabilidad y resiliencia que se puede otorgar. Si se venció al caos fue, precisamente, por esa respuesta de la gente. Y también por otro hecho que refuerza la idea de que vivimos por fortuna en un país que, por encima de cualquier otra circunstancia, tiene una solidez imponente para reaccionar a los cataclismos. Me refiero a la rapidez con la que se fue recuperando la normalidad después de la interrupción general en toda la península ibérica. En dieciocho horas, había luz en todos los rincones del estado y ello es expresión de la diligencia empleada en la reposición de la corriente, nada comparable con lo que sufrieron otros países también del mundo desarrollado que llegaron a tardar semanas incluso para levantar cortes de la dimensión que los españoles hemos padecido en el 'lunes negro'.
Ahora bien, el apagón pone al desnudo el proceso de transición energética que se está llevando a cabo en España mostrando las debilidades de un sistema que busca una autosuficiencia apresurada por imposición ideológica. El gravísimo incidente del 28-A era previsible. Con el cierre acelerado de las centrales térmicas de carbón, aquí en Asturias, la región más afectada por esta gran reconversión, ya habíamos escuchado voces expertas que advertían del enorme riesgo que se corría para la estabilidad del suministro. Llevamos más de seis años con esta cantinela, desde que el Gobierno planificó un cambio radical y veloz de la dieta energética nacional.
El pasado mes de enero, la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia alertó en un informe sobre el peligro que se estaba generando con excesos de tensión en la red. La propia Red Eléctrica reconoció que había estos desfases, algunos de ellos en días previos al fundido total. La semana anterior, varios trenes se vieron obligados a parar por caídas súbitas de la electricidad y la estación de Chamartín permaneció inoperativa durante horas. En marzo, un ingeniero industrial asturiano con dilatada experiencia en el sector, Fernando Ley, advirtió en el Congreso de los Diputados del peligro que nos acechaba por la falta de preparación del sistema. No se puede decir, por lo tanto, que lo que ocurrió era imprevisto. Estábamos sobre avisados.
Como reacción lógica, el incidente lleva inmediatamente al cuestionamiento del modelo energético emprendido en este país. Quienes lo hacían con anterioridad ven reforzada ahora su posición. Quienes expresaban sus dudas tienen más argumentos para no dudar. No obstante, quizás no sea el modelo el que tenga que cuestionarse, sino la manera y el ritmo que se está llevando a cabo para conseguirlo. No podemos dar pasos atrás, aunque sí echar el freno con el fin de abrir una revisión del plan buscando blindar el abastecimiento eléctrico como primera medida de seguridad, ahora que tanto necesitamos incrementar nuestra defensa por las amenazas de la nueva geopolítica.
Se necesita un debate sereno. No se trata de demonizar el papel de las energías renovables, pero tampoco de renunciar al resto de las tecnologías que facilitan la protección del sistema por su flexibilidad y capacidad de sincronizar la oferta y la demanda. Si la solución pasa por mantener la producción con grandes turbinas, sean nucleares, térmicas o hidroeléctricas, habrá que tomar decisiones valientes.
El colapso puso en evidencia que la aportación de las plantas fotovoltaicas y eólicas, por su nula inercia, no garantiza por sí sola la seguridad. El despliegue de placas solares y aerogeneradores por todo el territorio, que se llegó a tildar estos días de 'low cost', se hizo en su inmensa mayoría sin la implementación de las tecnologías que permiten la compensación reactiva que evita la desestabilización de la red. Ese es uno de los campos, en materia de infraestructuras, sobre los que se tendría que trabajar, al igual que el impulso de los equipos de almacenamiento y el incremento de la interconexión con Francia y el corredor eléctrico europeo.
En definitiva, el Gobierno tiene que repensar la aportación de cada una de las fuentes, los plazos de la transición, la adaptación de las conexiones a las nuevas necesidades industriales y, de acuerdo con los operadores, promover las inversiones para que no tengamos que recurrir a la vela, a la pila y a la bombona porque se fundieron los plomos.
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