El arte de insultar
Conversar se ha convertido en discutir y discutir se ha transformado en insultar. Si al menos los políticos tuvieran arte en este asunto, pero tampoco. Si Quevedo y Góngora levantaran la cabeza, con lo bien que se les daba a ellos esa materia...
El arte de conversar, más allá de ser una estupenda obra recopilatoria de los epigramas y cuentos orales de Oscar Wilde, debería ser también una ... especie de materia, una enseñanza obligatoria, que todos nuestros políticos deberían cursar y, por supuesto, aprobar para ejercer sus cargos -sean estos de la índole que sean-.
Educarse en decir las cosas sin necesidad de gritar a todas horas, entender que no por elevar la voz uno tiene más o menos razón, defender las ideas sin despreciar y ultrajar al contrario y aprender, esto es fundamental, a escuchar, y no solo a los tuyos. Escuchar a todos sin abuchear, palmear, silbar o patalear cuando se diga algo que no te gusta, como si se fuera un niño pequeño que todavía no es capaz de comprender que en la vida, mal que nos pese, no siempre se gana y uno no siempre se sale con la suya.
El arte de discutir entra dentro del arte de conversar y no consiste, contrariamente a lo que nuestros diputados piensan -los utilizo de ejemplo porque es en el Congreso donde más se acusa esta falta de habilidad-, en vociferar, abuchear, lanzar ocurrencias al aire, insultos o desprecios sin ton ni son, a derecha y a izquierda, con el único objetivo de lograr más minutos en los medios de comunicación.
Y es este punto, la presencia en medios, el causante de que en lugar de conversar, se actúe como si todo fuera una gran obra de teatro o, sería más acertado, un plató de televisión en el que los unos y los otros difunden a voz en grito los trapos sucios del adversario, desvelan sus miserias y cuentan sus penalidades para conseguir más minutos, más audiencia, más portadas, más fotografías... En definitiva, más atención que se transforma en más visibilidad. Lo que no se ve, no existe, y nuestros representantes se lo toman al pie de la letra.
La carencia de habilidades para conversar, discutir y llegar a acuerdos de una manera ilustrada es algo que ahora no nos llama la atención todo lo que debiera porque nos hemos acostumbrado a ello. De hecho, cada vez que hay sesión en el Congreso, con independencia del motivo, lo que esperamos es un 'Sálvame Congreso editión', y no una sesión en la que se discuta de forma coherente y razonada, con soluciones y acuerdos, los problemas de los ciudadanos.
En realidad, nos hemos habituado de tal manera a esta forma de hacer política o de no hacerla, que si no ocurriera nos parecería que algo grave sucede. Más grave que una pandemia mundial, ya que ni con algo así encima de la mesa han sabido comportarse.
Conversar se ha convertido en discutir y discutir se ha trasformado en insultar. Si al menos tuvieran arte en este asunto, pero tampoco. Si Quevedo y Góngora levantaran la cabeza, con lo bien que se les daba a ellos esta materia... Quizá sería bueno que los leyeran, para tomar nota, aunque como parece que hoy en día se lleva más eso de mirar siempre hacia afuera, tal vez les gustara más estudiar a Schopenhauer, que en esto del insulto fue un maestro. El filósofo decía que el insulto era el último recurso, cuando todo lo demás en el arte de la argumentación fallaba. Eso sí, que una vez llegados a este punto, se puede hacer mejor o peor, con más o menos clase y con más o menos sentido común. Y ya que hoy el insulto es la norma, les pediría a nuestros representantes que leyeran un manual, una obra que reúne en orden alfabético una buena muestra de ese arte practicado por el filósofo de Danzig. Quizá así el Congreso dejara de parecerse, cada vez más, a un programa rosa de televisión.
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