No me atan las patrias ni me cubren las banderas
No me atan las patrias ni me cubren las banderas. No me atan las naciones ni me cubren sus símbolos. Sobre todo si esas patrias ... se definen por razas, sangre o por orgullos tan rancios que ni la naftalina es capaz de ahuyentar el olor a anticuado que desprenden; sobre todo si esas naciones se protegen y fortifican a través de mentiras y falsedades. Goebbels -ya saben, el ministro para la propaganda, entre otras muchas cosas, del Tercer Reich- estaría orgulloso de todos los salvadores de patrias, símbolos y naciones que fructifican por el mundo en estos tiempos. De los reunidos, por ejemplo, hace algo más de una semana en Varsovia, pero también de esos otros que se quedaron en casa.
Mentiras. Adornadas, masticadas y bien envueltas para que solo veamos el lazo brillante que las cubre, a ser posible, de nuestro color favorito. Siempre es del color favorito de quien lo mira. Oh, y cómo brilla; y qué bien luce; y qué bien sienta. Lo que a veces pienso, lo que a veces creo, sobre todo cuando las cosas me van muy mal, francamente mal, en momentos de suma fragilidad y desesperación, será lo que me digan. ¿De verdad lo creo? Eso da igual. ¿De verdad es lo que pienso? También da igual. ¿Y de verdad es la verdad? Nimiedades. El lazo brilla y es de mi color favorito.
Mentiras. Adornadas, masticadas y bien envueltas por un papel que resplandece y que es muy costoso. De ese que siempre he querido tener y que está al alcance de muy pocos. La mayoría, de cuna. Pero ellos me explican que podré comprarme ese papel. Todo el que quiera. Mi situación mejorará si creo en ellos. Solo tengo que creer. Ser patriota.
Mentiras. Adornadas, masticadas y, en demasiadas ocasiones, enrolladas con banderas. Banderas que aseguran que me darán pan y techo; calor y consuelo. Qué maravillosa tela; Oh, es mágica y me brindará, sobre todo, me aseguran, dignidad. ¿Para qué necesito dignidad? La necesitas, aunque no lo sepas. ¿La dignidad se come? ¿La dignidad calienta? La necesitas.
Y en salones lujosos, golpes de pecho, humo de puros y vinos caros. Acuerdos firmados sobre la premisa de salvar naciones y proteger a sus gentes. ¿De qué? Del otro. ¿De qué otro? Del diferente, del extranjero que, entonces, no se llamará así. Entonces se llamará inmigrante.
¿Cuándo un término como 'inmigrante' pasó a ser definido únicamente como algo malo? Quizá fue en el mismo instante en el que la crítica también pasó a ser algo solo negativo y la palabra algo solo superfluo; y cuando la política pasó a ser algo con lo que hacer cumbres en las que reunirse para enarbolar banderas y decir que uno salva patrias.
Y en salones lujosos, golpes de pecho, humo de puros y vinos caros. Al otro lado, bosques fríos, suelos de barro y golpes de alambre.
Santiago Abascal, líder de Vox, anuncia que la próxima cumbre de la ultraderecha europea, de los reunidos en Varsovia y algunos más, será en enero del año que viene en España. Hay que defender las patrias y las banderas. Las naciones y sus símbolos. ¿Y las personas? Salones lujosos. Se dice patriotas, me corrigen. Vinos caros. Se dice auténticos patriotas, insisten.
Golpes de pecho. Defensa de las fronteras, de lo auténtico, de las raíces, de lo nuestro. ¿Qué es lo nuestro? La patria. ¿Qué es la patria? Lo nuestro. Lo. Nuestro. Y yo mientras bajo la pluma y cierro estos pensamientos recito, tal vez grito o quizá bramo que no me atan las patrias ni me cubren las banderas.
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