El aumento de los 'fanhaters'

Estos seguidores extremistas, con un punto preocupante de sadismo, ya que no les importa causar daño con tal de ensalzar el trabajo de su amado guía, cada vez se acercan más a los 'hooligans' y tipologías análogas de simpatizantes deportivos

Viernes, 11 de junio 2021, 01:48

Lo primero que voy a hacer es definir este término, 'fanhaters', que más bien es un concepto con el que denomino a un determinado tipo ... de personas. Llamo así a los fans, admiradores o seguidores de alguien, entusiastas en exceso, que a su vez son 'haters' -extranjerismo de moda para decir odiadores- de otros encuadrados en el mismo o similar ámbito que lo venerado. Ese 'otros' suele considerarse competencia o rival, pero no tiene que ser así necesariamente. No obstante, sean competencia o no, los odian o, al menos, minusvaloran y desprecian, y lo hacen de forma pública, vehemente y lo más dañina posible. ¿Y es factible ser fan y odiador en uno? Sí, por supuesto. De hecho, cada día es más frecuente tropezar con esta clase de comportamientos.

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La primera vez que reparé en esta perniciosa figura del 'fanhater' fue con la aparición en política de personalidades como Pedro Sánchez, Pablo Casado, Isabel Díaz Ayuso o Santiago Abascal, entre otros. Personajes públicos que manejan técnicas más propias del mundo del papel cuché -siempre rodeados de rumores, filtraciones, escándalos y reproches, entrevistas constantes, desmentidos y confrontaciones- para hacer política, con maniobras cada vez más norteamericanas en cuanto a forma y fondo, y cuyos adeptos actúan de un modo singular, por llamarlo suavemente. No son tanto seguidores al uso, como estábamos acostumbrados, partidarios y acólitos, sino fanáticos. Son personas sectarias, pero en otro grado. Su adoración por el líder, como en cualquier secta, es ciega, si bien la defensa del mismo, sea necesaria o no, se hace a través del odio visceral al otro. Y haya o no motivo real, ese aborrecimiento y malquerencia se practica y extiende al mismo nivel que lo hacen los halagos y parabienes desmedidos del fan hacia el político en cuestión.

Este tipo de seguidores extremistas, con un punto preocupante de sadismo, ya que no les importa causar daño con tal de ensalzar el trabajo de su amado guía, cada vez se acerca más a los 'hooligans' y tipologías análogas de simpatizantes deportivos, que a un simple partidario. Además, en los tiempos actuales, debido a la personalidad -o a la falta de ella, según se mire- de algunos dirigentes políticos, la defensa de la figura reverenciada se hace complicada y es entonces cuando se recurre con mayor frecuencia al ataque. Sin embargo, como no hay qué defender, como resulta trabajoso amparar el vacío, se ataca por sistema para culpabilizar a otros de la escasez de brillo, ideas o capacidad del dirigente venerado.

El problema, porque esto es un verdadero problema, es su normalización. Los líderes políticos lo apoyan y aplauden, en lugar de condenarlo, porque les beneficia. Les gusta. Les ayuda a lograr sus objetivos. Así, transforman en habituales los métodos, de acoso y derribo en demasiadas ocasiones, de este tipo de personas que, como si fueran los famosos perros de Pávlov, alentados por el idolatrado paladín y a la espera de la caricia de este, extienden su acción sin medir en ningún caso las posibles consecuencias o el daño que pueden generar sus actuaciones.

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Entra de este modo en funcionamiento el condicionamiento clásico y los 'fanhaters' se sistematizan, lo que lleva a la expansión de este proceder a otros sectores de la sociedad, de forma que se puede afirmar que hoy este tipo de conductas se sufren en cualquier ámbito de la vida. Periodistas, escritores, cantantes, médicos, profesores y un sinfín de profesiones más, al margen de la política, lo sufrimos a diario, porque vivimos en un mundo donde para amar y demostrar lo capacitado y listo que es alguien al que se adora o admira, hay que defenestrar al que de algún modo le hace la competencia, incluso cuando no se la haga.

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