Bedia, ante la mesa de su despacho, repleta de papeles, en el Ayuntamiento. FIRMA

«¿Y Bedia, qué dirá de esto?»

ANÁLISIS ·

El histórico alcalde de Navia, fallecido el pasado lunes, simboliza una época en la que los regidores eran voces respetadas, y temidas, en sus partidos. Cuando alguno de ellos levantaba la voz, en Oviedo temblaban. Ahora, lo que se lleva es la afonía municipal

Domingo, 5 de febrero 2023, 01:19

A finales de los noventa se popularizó en España una frase gracias al anuncio de un nuevo todoterreno que sacaba al mercado una marca de ... coches asiática. Era un spot, que recordaba a su vez al protagonista de la imperdible novela de Miguel Delibes, 'El disputado voto del señor Cayo', en el que unos urbanitas ponían al día de los avances del país al único habitante de una remota aldea manchega. El hombre -era Jesús García Velasco, popularmente conocido como 'el abuelo de Majaelrayo'- sorprendido por los cambios que le relataban, preguntaba si el Madrid había sido otra vez campeón de Europa y extrañado por toda la lista de cambios que le contaban concluía con una pregunta: «¿Y Franco, qué opina de esto?». En aquella época, en Asturias, cada vez que el PP celebraba alguna reunión y en la que se tomaban decisiones importantes, el comentario más escuchado al salir era algo parecido: «¿Y Bedia, qué dirá de esto?». Eran solo seis palabras que describen perfectamente el papel relevante que el alcalde de Navia ejercía en el PP y, por extensión, en la política regional de aquellos tiempos, en los que ser alcalde no solo te convertía en autoridad local, también en tu propio partido.

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Manuel Bedia fue en Asturias una referencia del municipalismo. Es el gran representante de una época, que arranca en la Transición, en la que los alcaldes jugaron un papel imprescindible en la construcción de la Asturias autonómica y municipal. Era la época de Bedia en Navia, de Asensio Martínez Cobián en Villaviciosa, de Servanda García en Vegadeo, de Jesús Landeira en Valdés, Ramón Rodríguez en Villayón, José Cachafeiro en Grandas de Salime, José Manuel Cuervo en Cangas del Narcea,... Alcaldes de municipios pequeños que eran voces respetadas, y temidas, en sus partidos. Cuando alguno de ellos levantaba la voz, en Oviedo temblaban. Ahora, por desgracia, lo que se lleva es la afonía municipal, siendo los alcaldes una suerte de jefes de servicio de la Administración autonómica y ordenanzas de sus partidos.

En el PP de mediados y finales de los noventa, solían decir sus dirigentes de entonces que cuando Bedia estornudaba, el PP se constipaba. Lo que define muy bien ese respeto que se le tenía. Manolo, como le conocían sus más próximos, era un hombre que anteponía los intereses de su concejo y del Occidente, al mismo nivel, sobre cualquier otro tipo de cosa. Si para ello tenía que salir a elogiar a Sergio Marqués, en aquella época en la que el PP decidió autodestruirse, lo hacía; si tenía que salir a poner por las nubes algún proyecto o iniciativa de Vicente Álvarez Areces pese a que el entonces presidente de su partido, Ovidio Sánchez, lo había criticado públicamente, pues lo hacía también. No se le caían los anillos si tenía que tirar de las orejas a sus 'jefes' en Oviedo. Como cuando en 2001 exigió al presidente de los populares asturianos que actuara «por ética y hasta las últimas consecuencias» contra Francisco Javier Suárez Álvarez-Amandi, cuando su nombre apareció entonces en la investigación del 'caso Campelo'.

Del tirón de orejas a un pellizco de los grandes. En 2005, en una Junta Directiva Autonómica, Bedia criticó sin ambages la gestión de Ovidio Sánchez en el PP. Le recriminó entonces que solo convocaba para «chominadas» a los órganos de decisión del partido y le exigió un cambio de rumbo. No fueron pocos los alcaldes y dirigentes locales que secundaron su reflexión. Ovidio Sánchez optó por el silencio. Pero no olvidó aquella intervención.

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Bedia sabía que sus principales enemigos políticos los tenía en su propio partido, no fuera de él. Y quizás por ello y por su posición crítica con sus dirigentes vio frenado su salto a la política regional y nacional. Porque aunque lo nieguen, Ovidio Sánchez le prometió ocupar un puesto en la lista del Senado. Una promesa que nunca cumplió. Bedia daba mucho valor a las palabras dadas y, aunque nunca quiso reconocerlo públicamente, aquel incumplimiento le provocó una inmensa decepción. «A Ovidio y Reinerio Álvarez les aprecio bastante, pero se equivocaron gravemente conmigo. Lo único que les dije es que no pueden llevar y entender el partido como una cuestión de ellos», dijo a EL COMERCIO en una entrevista, ya tras abandonar la política, publicada en julio de 2007.

Si hay una característica que define perfectamente al Bedia político es, sin duda alguna, su astucia. Sus casi treinta años ininterrumpidos de alcalde le llevaron a convertir su astucia en un arte. Solo así puede entenderse cómo en 2003 pactó con quien la legislatura anterior había sido su gran enemigo: Herminio Martín Villacorta. En 1999, este había sido el candidato del PSOE y protagonizó tensos debates con Bedia en los plenos, con insultos e incluso conatos de peleas, como cuando Bedia insinuó posibles irregularidades en la gestión del patrón mayor de la cofradía de Puerto de Vega y también edil socialista, Saturnino Álvarez. El resto de concejales y la Policía Local evitaron que aquel Pleno acabara en las manos. En 2003, Herminio Martín, enfrentado con su partido, lideró una candidatura independiente, que era llave para la gobernabilidad de Navia tras las elecciones de aquel año. El incómodo líder de la oposición de cuatro años antes, se convirtió en el principal apoyo de Bedia. Nunca se logró saber exactamente cuáles fueron los acuerdos alcanzados.

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La astucia la entrenó Bedia en las interminables horas en soledad que pasaba en su despacho. Allí, ante la mesa llena de papeles con el orden de su desorden, y siempre con un puro encendido, el Navia de hoy en día se diseñó. Y también el de un Occidente que Bedia se negaba a que fuera la sucursal de los partidos políticos. Hoy ya no hay Bedias, ni Servandas, ni Landeiras que levanten la voz. Hoy los alcaldes han optado por la afonía, no vaya a ser que alguien se enfade.

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