Ánimo, españoles
Las Cortes Generales son hoy un frívolo 'reality show', de canal de baja estofa y actores de tercera. La fina ironía, la cita de autoridad o la contundencia del dato han dejado paso al engorilamiento en su más gruesa expresión
Bochorno, desazón, vergüenza. Son sentimientos que, salvo los lobotomizados de turno, los ilusos almibarados o los burócratas del 'establishment', todos estamos experimentando. Surgen con la ... simple lectura de la prensa diaria. Con escuchar cualquier tertulia radiofónica. Con ver un par de informativos. Con seguir las redes sociales. La vida política de nuestro país sigue dejando un reguero de episodios verdaderamente berlanguianos. Aunque, a decir verdad, ya quisieran la mayoría de los políticos estar a la altura de un estilo cinematográfico tan limpio, único e irrepetible como el que nos legó Luis García Berlanga.
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La degeneración es total. El colapso, irreversible. No hay más que ver la pocilga en la que se han convertido las sedes de la voluntad popular. Las Cortes Generales, otrora lugar de diálogo y concordia, son hoy un frívolo 'reality show', de canal de baja estofa y actores de tercera. La fina ironía, la cita de autoridad o la contundencia del dato han dejado paso al engorilamiento en su más gruesa expresión. No se les puede culpar a diputados y senadores. Son producto de un sistema marchito, basado en un proceso de retroalimentación de mamandurrias y prebendas. A veces da la triste impresión de que nuestra democracia se fundamenta en que el españolito de a pie pague sin rechistar para que unos y otros se peguen la vida padre.
No son las siglas. Ni siquiera las izquierdas y las derechas. Es una cuestión de estilo, de educación, de valores, de respeto a la ciudadanía. España vive hoy, por mucho que la maquinaria mediática intente enmascararlo, un proceso constituyente encubierto destinado única y exclusivamente a subvertir el orden constitucional en el que todos son responsables. Por exceso o por defecto. Por afán de poder o por ausencia de ideario. Por temeridad o por cobardía.
Hay quienes piensan que para que haya corrupción tiene que declararlo un juez, un magistrado o un tribunal. Son tan verdaderamente ignorantes, o auténticamente serviles, que son incapaces de censurar la corrupción moral. La más peligrosa de todas, la más destructiva, la más dañina. No sólo se quiere hacer saltar por los aires el marco de nuestra convivencia marrulleramente, sino que además tratan de justificar cualquier conducta, por reprobable o hipócrita que pueda llegar a ser. No se puede defender una cosa y hacer la contraria. Eso no es ilegal, por supuesto, pero sí deshonesto.
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Se ha podido comprobar que la prostitución no sólo es carnal, también puede ser intelectual. Se venden las ideas al mejor postor, se señala al que piensa distinto y se fomenta el odio al que vota diferente. Les confieso que jamás me ha importado qué papeleta meten mis amigos en la urna, con quien se acuestan los fines de semana o a qué dios le rezan. A veces me da la sensación de que no me sucede a la recíproca en determinados entornos o en según qué foros. Esta es la nación que estamos deconstruyendo y eso sí que, señoras y señores, es fascismo del bueno.
Al alimón, se tratan de tapar con polvos, lodos y fangos, jueces ideologizados, con supuestas conspiraciones, con propagandas, bulos y prestaciones todas las miserias. Así luce alguno, que está padeciendo en sí mismo el síndrome de Dorian Gray del gran Óscar Wilde. Nadie está exento de que algo podrido le rodee, familiar o políticamente, pero sí se es responsable máximo de cómo se gestiona. También es legítimo cambiar de opinión a este u otro respecto, naturalmente. Bien es cierto que por ese hecho no te conviertes automáticamente en mentiroso, pero pone cuarentena la cualidad de un buen gobernante: la fiabilidad. Es fácil de imaginar, a modo de ejemplo, que no se confíe en un médico que da siete diagnósticos diferentes sobre una dolencia o un mecánico que rectifica constantemente sus decisiones acerca del coche. O es un inepto o es un mendaz.
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Nada de lo anterior hace mejor per se al vecino de la puerta de enfrente, la confianza se gana con el ejemplo y con la propuesta. La anestesia ciudadana es absoluta. El silencio sepulcral. El panorama desolador. Quién podría imaginar hace unos años que estaríamos en disposición de aguantar tanto. Si es que ya lo decía Manuel Fraga Iribarne, un facha de categoría en el lenguaje de ahora. Spain is different. No se equivocaba.
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