Mal acostumbrados nos tienen en España en lo que a asunción de responsabilidades políticas se refiere. Cuántas veces hemos asistido a verdaderas crisis, de diversa ... naturaleza y dispar impacto, sin que el mandatario de turno haya dejado su puesto. Se ve que el cargo engancha. Es lo que conlleva no tener más profesión que la de político. Eso o tener poca vergüenza, según se mire. Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia, sentó un precedente que, por desgracia, muy pocos han emulado. Muchos que lo consideran un referente para tantas causas podrían también darnos el gusto de repetir tan honorable gesto.
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La dimisión de Carlos Mazón llega tarde y mal, pero llega, al fin y al cabo. Un año después de la dana y sus devastadoras consecuencias humanas y materiales a alguien se le ha encendido la bombilla y se ha pensado mínimamente en el dolor de las víctimas, de las familias y de los que ya no están. Su servidumbre política, veremos si también jurídica, deriva de una gestión torpe, tardía y dubitativa. A un gobernante le pagamos el sueldo para que solucione los problemas, sean imprevistos o tengan naturaleza estructural.
Si, como parece, tiene un mínimo reducto de decencia, es imposible no ponerse en su difícil situación personal y familiar. Le perseguirá durante bastante tiempo, mas como se le atribuye a San Agustín «no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro». Le honra que asuma sus fallos, aunque sea extemporáneamente. Sirve de ejemplo para todos los cómplices de una cadena de errores y nauseabundas estratagemas políticas de los responsables de la administración central, la autonómica y la de los organismos implicados. Marca la senda que tantos otros deben seguir para devolver la dignidad a los valencianos.
Es una dimisión en diferido, por partes y tremendamente perjudicial, temporal y formalmente, para los intereses políticos de la derecha. Pero qué más da a estas alturas, el daño ya está hecho. Le han cogido un muy mal gusto a las salidas por fascículos, como Luis Bárcenas tiempo atrás. Debería advertírseles que, como reza tan certeramente el refrán, más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo.
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Las culpas no hacen mejor al contrincante, ni tapan las miserias propias. No hay efecto rebote en la pulcritud ni catarsis purificadora motivada por la desgracia ajena. Que buena nota tomen quienes siguen salpicados por truculentas historias de dudosa reputación moral, variopintas corruptelas familiares o pésimas gestiones de lo público. La basura ética no se recicla. Al puro estilo shakesperiano. Dimitir o aguantar, esa es la cuestión.
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