¿Cambio de estrategia?
Es interesante que Pablo Casado, a pesar de su discurso tremendista, hiciera un gesto dialogante para renovar los órganos constitucionales con cargos caducados
La reciente celebración de la Fiesta Nacional el 12 de octubre ha dejado una vez más el sabor agridulce de unos abucheos a un presidente ... socialista, que por un lado, denotan el desquiciamiento de la derecha más radical, frente a un Gobierno que consideran ilegítimo, solo porque no es el 'suyo'. Pero significan también la percepción de que el ejecutivo está avanzando en su hoja de ruta hacia un cambio real en el país, y eso altera aún más la sensibilidad del sector más ultra para mostrar su pataleo.
Pero la cuestión es más delicada de lo que implicaría un incidente más o menos razonable en un país crispado como el nuestro. El problema es que un acto como el de la Fiesta Nacional se convierta en patrimonio de la derecha más ultra, lo que constituye un elemento distorsionante en la normalidad democrática, que debe existir por encima de las discrepancias políticas, aunque éstas sean profundas. Por que ello supone un grave sesgo para las instituciones del Estado, especialmente en este caso para la Monarquía, protagonista del evento, a la que por su característica ineludible de neutralidad nada favorece esta polarización, puesto que la separa claramente de otra amplísima parte del país, que no comulga con esa radicalidad derechista.
Dejamos a un lado la conveniencia o no de mantener como Fiesta Nacional el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, tan contestada en otras latitudes, dentro y fuera del Estado español; o incluso, el actual debate sobre la institución monárquica, sobre todo gracias al inagotable caso de la actividad supuestamente delictiva del Rey Emérito. Vamos a valorar solamente la incidencia de esta conducta en la realidad política para sacar consecuencias en lo más inmediato.
Para empezar, el PP y Vox han utilizado ese gesto radical en la sesión de control parlamentario el pasado miércoles día 13 para increpar al Gobierno, diciendo que la calle le condena, dando la razón a los abucheos. Algo que en el caso de Vox resulta lógico, pero que en el del PP parece desafortunado, al apuntarse a una deriva ultra, que no es defendible desde un comportamiento democrático. Es curioso que con anterioridad llamaran delito a las pitadas al Rey en los partidos de fútbol de las finales de Copa, y ahora aplaudan insultos y ofensas al presidente del Gobierno en medio de un acto institucional del Estado, mucho más relevante en la vida del país que un evento deportivo.
Indudablemente, el respeto a la libertad de expresión en los diversos acontecimientos es un principio claro, que nadie puede eludir. Pero también hay que considerar la oportunidad política de celebrar determinados actos en circunstancias que eviten una distorsión de su finalidad. Bastó que la final de Copa se jugara en Sevilla para que prácticamente desapareciera esa fijación en la Corona, aunque los contendientes fueran los mismos de otras ocasiones, donde hubo una enorme expresión de protesta. Igualmente, si a la Fiesta Nacional se le diera otro formato y contenido, probablemente la respuesta sería muy distinta. Por ejemplo, no estaría de más dedicar la efemérides a una exaltación de la democracia como base de la convivencia en pluralidad en este país. Sería una forma rotunda de sacudirse esa dependencia con la derecha nostálgica del franquismo, que aún queda entre nosotros.
A veces es útil para el PP cambiarle el escenario para que se sitúe bien en su rol de oposición democrática y no de adalid de la ultraderecha. Por eso, es interesante que Pablo Casado, a pesar de su discurso tremendista en el Congreso, hiciera un giro dialogante para proponer la renovación de los órganos constitucionales con cargos caducados para negociar un acuerdo, del que excluía al Consejo General del Poder Judicial, que era el más conflictivo. Pienso que el PSOE ha hecho bien en coger el guante y aceptar el reto, que parece ha fructificó en 27 horas. Ahora bien: la nueva actitud de los populares no debe quedarse en un gesto para la galería, sino para abordar de verdad la renovación también del CGPJ para que esa nueva estrategia sea creíble.
Es conveniente para el gobierno y para la oposición evitar que estemos ante una mera salida interesada para la derecha, que se juega mucho menos en los cargos acordados, dejando fuera aquellos que le suponen mayor dificultad, porque la exigencia constitucional de renovación es igual para todos los casos pendientes y por tanto, no debe variar el modus operandi.
La buena voluntad mostrada por el Gobierno para iniciar la solución no puede quedar inconclusa con esa posición ventajista de la derecha, por lo que hay que culminar el proceso de renovación con dignidad democrática.
Es de esperar que así sea, y que ello dé prueba de una nueva estrategia popular, destinada a competir con el actual ejecutivo mediante mecanismos democráticos para intentar alcanzar el triunfo electoral. No en vano, el espejo en el que desean mirarse es el primer ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis, invitado al cierre de la Convención en Valencia y que no solo consiguió vencer a Tsipras, sino que logró dejar fuera de combate a la extrema derecha de Amanecer Dorado en su camino hacia el Gobierno. Pero esa apuesta requiere mucha mayor convicción democrática que la expresada hasta ahora por el líder popular, si bien ¡nunca es tarde, si la dicha es buena!
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