La cara al viento
Salir a la calle y sentir el aire en la cara, todo, el sol o la lluvia toda en el rostro sin enmascarar es una ... de las experiencias más hermosas del mundo. Del mundo todo, entero y redondo. Quién nos iba a decir que una pandemia nos pondría en nuestro sitio a fuerza de quitarnos esas pequeñas cosas que nos hacen grandes. No confío en que salgamos mejores, pero, al menos, algunas personas salimos con mejor memoria. Ayer, a primera hora de la mañana con poca gente por la calle, quitarme la mascarilla me sentó mejor que un diez tras meses de estudio, mejor que un oro olímpico, mejor que el primer baño de agua y calor. Fue como si la tierra, de pronto, hubiera decidido festejar el verano dando brío al cuerpo. Fue, desde luego, purificador y luminoso igual que la hoguera de cada San Xuan. Qué cosa extraña es la vida, cargada con instantes de pacotilla a los que damos una importancia que no tienen, que nunca tendrán, además. La cara al viento puede ser una canción de libertad política y de liberación personal. Cada una de las maravillas que antes dejaba pasar de largo han vuelto con tan solo un gesto sencillo pero vital: dejar la mascarilla en el bolso, caminar con los pies haciendo huellas en la arena, mojar los días con la humedad de la tormenta en junio, de los escasos rayos de sol que no hacen aún verano. Seguimos en guardia porque la dificultad todavía persiste y se resiste, pero hemos dado un paso de gigante tan contundente con la vacunación que para mí esta gloria segunda de desenmascaramiento, a ratos y solo en exteriores, me deja Feliz. Ojalá pudiera conservar este entusiasmo sin mascarilla cuando, como dicen, volvamos a ser normales y olvidadizos.
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