Donald Trump, el hijo del sol
Lo que da más miedo es que los republicanos lo apoyen hasta el borde del abismo, no sé si por convencimiento o por terror a lo que les pueda pasar si no muestran una adhesión inquebrantable
Muchos gobernantes con poder absoluto se consideraron hijos del Sol, como los Incas de Perú o los faraones de Egipto y alguno, como Luis XIV, ... llegó a considerar que él mismo era el sol propiamente dicho. A Donald Trump también le encantaría jugar en esa liga, pero más que el sol mismo, me recuerda al hijo de Helios, el dios-sol de los griegos, conductor del carro solar, que tampoco está nada mal. Al fin y al cabo, hijo del Sol.
A mi modo de ver comparte muchas características con Faetón, el hijo de Helios, el auriga que diariamente recorría por el cielo el arco solar. A Faetón, como a todos los adolescentes, le encantaba fanfarronear delante de sus amigos, presumiendo de ser hijo del Sol y como uno de sus colegas subió la apuesta diciendo que era hijo de Zeus, decidió pasar a la acción y pedirle a su padre que le dejase conducir el carro solar para demostrarlo. A los dioses del Olimpo aquella escalada no les gustó nada; al fin y al cabo, aunque era un trabajo bastante rutinario, era un puesto de enorme responsabilidad. Helios le explicó a su hijo que aquello era más complicado de lo que parecía y se negó a cederle las riendas, pero, como tantos padres, harto de que su hijo le diese la turra continuamente, accedió a comprarle el móvil, perdón, a dejarle conducir un día los caballos que arrastraban el sol. Ufano, en el siguiente encuentro con sus amigos presumió diciendo que podía hacer el trabajo de su padre mejor que él y mejor que nadie. Llegado el gran día subió al carro y arreó a los caballos, que salieron a toda velocidad, según era su costumbre. Subió más de la cuenta para que todos pudieran verle mejor y, al alejarse de la Tierra su suelo se heló. Tan alto llegó que vio de cerca los animales que poblaban el Zodíaco y se asustó. Alejándose de ellos se acercó demasiado al suelo, lo que provocó sequías, ardieron los bosques y quemó la piel de los nubios hasta volverla negra. Los demás dioses veían venir la catástrofe desde que Faetón empezó a dar la lata a Helios, pero no pudieron hacer nada por evitarlo, hasta que Zeus mandó a parar. Lanzó uno de sus rayos para detener el carro, pero se le fue la mano. Los caballos se desbocaron, el carro volcó y todos cayeron al río Po, donde, si no bastase la celestial bofetada, se ahogó Faetón. Se supone que Helios recompuso el carro y volvió a uncir los caballos para recomponer la situación, pero y nada volvió a ser lo que era: los nubios no perdieron su color, los inviernos trajeron la nevada Filomena a Madrid y los veranos (y a veces también los inviernos) incendiaron los bosques como nunca antes había sucedido.
Una noche de mal dormir, se me vino a la memoria el cuadro 'La caída de Faetón' que se exhibe en al Museo de Bellas Artes de Asturias, pero el rubio doncel que caía desesperado había cambiado sus rizados cabellos por una especie de visera capilar y tenía el rostro de Trump. Tradicionalmente la leyenda de Faetón se ha tomado como un ejemplo de lo irresponsable que puede ser el exceso de seguridad en sí mismo (o aparentarla) de los adolescentes y sus funestas consecuencias, pero ahora comprobamos que no es un defecto exclusivo de la juventud. Trump también exhibe un carácter adolescente a pesar de estar a punto de entrar en la ochentena: le gusta fanfarronear delante de sus seguidores, humillar a sus antagonistas y epatar a todo el mundo. También tiene un amigo, Vladimiro, que compite con él en linaje divino y ya veremos cómo termina el desafío. Piensa que sus antecesores no hicieron lo que había que hacer por cobardía y que la prudencia es un defecto imperdonable. Como Faetón, cree con arrogancia que los problemas no se han solucionado por falta de testosterona y no por falta de neurotransmisores. Así, bajo su caudillaje «los ingresos se dispararán, la inflación desaparecerá por completo, el empleo se recuperará con fuerza y la clase media prosperará como nunca antes», pero en lo que llevamos de mandato el carro de la economía estadounidense parece haber empeorado notablemente. Como si condujese el carro celestial ha sido capaz de pasar en un momento del todo a la nada y viceversa. Después de haber llevado un sol descontrolado, hacia arriba y hacia abajo, es capaz de gritar que el cambio climático es «la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo». Por más que algunas voces, más bajas que las del Olimpo, se lo hayan advertido, la guerra arancelaria no parece conducir la economía estadounidense por mejores caminos que antaño y ya veremos qué les depara la «gran y hermosa» ley fiscal. Lo que da más miedo es que los republicanos lo apoyen hasta el borde del abismo, no sé si por convencimiento o por terror a lo que les pueda pasar si no muestran una adhesión inquebrantable.
¿Será Wall Street quien envíe el rayo que haga parar el carro, o al menos la pared que lo detenga? No sé cómo será el rayo flamígero del nuevo Zeus, pero espero que lo contenga antes de que haya un grave desenlace y los platos rotos tengamos que pagarlos entre todos.
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