Vaya gozada ver la alegría de Luis Enrique al término del partido de la Champions. Su sonrisa, su emoción, sus abrazos, hicieron que me emocionase, ... y eso que vi el partido casi de madrugada, conocedor del 5-0 y de que él se había convertido en el gran protagonista de la final. Luis Enrique se lo merece todo. Porque te puede gustar o no como persona –él es genio y figura–, gijonés en estado puro, pero como entrenador, como profesional y como compañero de sus jugadores y cuerpo técnico no tiene rival. Es, sin duda, en estos momentos el mejor entrenador del mundo. Y pese que ahora París se ha rendido a sus pies y que los capitalistas árabes que mueven los hilos del PSG le declaran amor eterno, Lucho no cambiará, seguirá igual, aquel guaje de Pumarín que nos metió en la última UEFA con un gol en Valencia. Con su sportinguismo por bandera, con su Gijón del alma a cuestas y con su periódico EL COMERCIO y con todo lo que representa la ciudad como pasiones. Qué grande es el fútbol. Y qué pena, en contraste, lo que estamos pasando por aquí, a la vera de El Molinón, desde hace décadas, con un Sporting que sigue languideciendo y jugando con fuego. Y también siento envidia de Avilés, donde ha resurgido la pasión con el ascenso, y del Oviedo, que volverá a luchar por subir y lo acabará consiguiendo. Me consuelo con que algún día cambiará nuestra suerte y que, como dice nuestro himno, otra vez volverás a triunfar. Gracias Lucho por hacernos felices.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.