Utopías y porfías
La perplejidad parece ser el santo y seña de nuestra época. En un mundo que no deja de atemorizarnos constantemente con la guerra o su ... amenaza, la paz no deja ni dejó nunca de ser una utopía desde que aparecimos los humanos en él, y con nosotros el mal plasmado en la codicia, la envidia, la necesidad de someter a los vecinos o a la mujer, el instinto homicida y la congénita estupidez del mono sabio. Hay más impedimentos, siempre los hubo, para que una sociedad futura del bien común humano se haga realidad. O nos manipulan los genes, con buena intención –que ya es decir– o nos convertimos en esclavos (incluso gustosos, lo que estamos a punto de hacer) o en muertos, así llegaría la paz a los humanos y, claro, a esa disfunción-defunción humana el filósofo Stuart Mill le puso el nombre de distopía; lo contrario de utopía como ocurrió, desgraciadamente, con el comunismo en la URSS y como, crucemos los dedos, está ocurriendo con las utopías capitalistas, si es que se puede denominar así a esas fantasías colectivas.
La utopía del bien común es necesaria y debe ser una aspiración, quizá algún día el ser humano pueda alcanzarla, pero es casi seguro que ahora y durante siglos probablemente no se llegue a eso. En España y en Asturies, cómo no, tenemos 'animales políticos' que se muestran utópicos (que conste que cuando estaba en la universidad pertenecí a un grupo llamado Felicidad Permanente) a los que su historial político contradice y que no han hecho más que clavar el puñal, expulsar y demonizar al vecino, al compañero, mientras claman por la paz unilateral en Europa. Son poco creíbles y a lo sumo están en una porfía o acción de porfiar.
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