Afirman los expertos que las catástrofes aéreas no se producen por una sola causa, sino por la confluencia de varias. Similar circunstancia presenta Asturias. Su ... hundimiento en las últimas décadas no sólo obedece a la ineptitud de sus gobernantes, también a la incapacidad de la oposición para seducir con un proyecto alternativo, o a la inhibición de la Universidad, que ante la insolvencia de la clase política no alertó de los efectos de un desmantelamiento industrial sin modelo económico sustitutivo. Ello sin obviar que la indolencia de los asturianos en tan trascendental coyuntura impidió un debate regional que promoviese exigencias y garantías.
Aunque aquel proceso de demolición llamado reconversión fue orquestado por el Gobierno de Felipe González en connivencia con el PSOE asturiano y con los sindicatos, no es tiempo de señalar culpables sino soluciones, de difícil alcance sin despojarse de mantras identitarios arraigados en nuestro imaginario colectivo pese a que ya no nos definan. Al perfil industrial que caracterizó a Asturias en los siglos XIX y XX se puso fin en la década de 1980 sin modelo alternativo, lo que no es excusa para negar su ocaso. El sector servicios ocupa hoy al 74% de los asturianos frente al 14% de la industria. Tal evidencia no es aceptada por Adrián Barbón, quien defiende la vigencia de nuestro perfil industrial y ve innecesario configurar un nuevo modelo económico. De su incapacidad para asumir dicha transformación deriva la ineficacia de sus políticas, pues están diseñadas para una Asturias que ya no existe.
La reconversión industrial consistió en realidad en cierres puros y duros, amortiguados socialmente con generosas prejubilaciones –en la minería aprox 2.500€ de la época–. Además de desmantelar la estructura económica asturiana, los fondos mineros no se destinaron a generar actividad económica, siendo dilapidados por nuestros Gobiernos regionales con irresponsable improvisación –sólo en erigir museos por toda Asturias se despilfarraron mil quinientos millones de euros. Muchos de ellos nunca fueron inaugurados y se encuentran en estado de abandono–.
Tras la quiebra de la industria se derruyó la ganadería y la pesca, dejando un balance de 100.000 empleos directos e indirectos destruidos –un 25%– que jamás fueron recuperados. Aquel raudal de prejubilaciones pudo ser ventajoso a nivel individual –muchos trabajadores rondaban la cuarentena– pero fue devastador en lo colectivo, desertizando productivamente la región y arrebatando a las posteriores generaciones lo más preciado: su futuro.
Ante tal escenario cabría esperar que nos conjurásemos para revertir la situación, pero tras 40 años seguimos en un fatalista estado de shock. Los asturianos, tenaces y competentes cuando abandonamos la región, somos incapaces de hacerla progresar sin que nos tutelen. Así ha sucedido a lo largo de la historia, pues nuestros únicos ciclos de bonanza fueron dirigidos desde el exterior. El primero mediado el s. XIX, cuando a las inversiones indianas en la industria naval y banca se sumó la primera industrialización, acometida por capital e ingenieros europeos. Respecto a la segunda, fue concebida y ejecutada por el Estado franquista.
No somos menos inteligentes y capaces que los demás, pero hemos tomado por norma que otros resuelvan nuestros problemas, negándonos a admitir nuestra responsabilidad en la devastación causada por los 40 años perdidos. En el plano demográfico nuestra natalidad es la penúltima de Europa, con el triple de defunciones que de nacimientos. Nuestro porcentaje de jóvenes es el menor –12%– y el de ancianos el mayor –25 por cada joven–. De los 8 municipios españoles que más población han perdido, siete son asturianos, y nuestra edad media ha pasado de 34 a 56 años. Somos la segunda comunidad que más emigra –14%– y un 80% retornaría si se le ofreciese viabilidad económica. Tal regresión adquiere especial dramatismo en el medio rural, con 900 pueblos abandonados y 3.000 en los que quedan menos de 10 vecinos, casi todos ancianos.
En el terreno económico los resultados son también trágicos. Nuestra tasa de desempleo sólo la superan las regiones más pobres – Extremadura, Andalucía y Castilla la Mancha – y nuestro paro juvenil – atenuado por el éxodo de los jóvenes – creció 6 puntos en 2024 y es del 34%. El 25% de los asturianos está en riesgo de pobreza y exclusión –un 12% más que hace 10 años– y nuestro PIB, antaño de los más elevados de España, se ha desplomado y sólo aventaja al de las tres comunidades sureñas. En 2024 perdimos un 7% de nuestras empresas y las que perviven representan un pírrico 2% del total nacional. Sólo Cantabria –con la mitad de población que Asturias– y la Rioja –con los habitantes de Gijón– presentan menor porcentaje. En cuanto a la tasa de actividad económica, Avilés es la quinta ciudad española por la cola y Gijón la cuarta.
Ante tamaño naufragio parece suicida mantener las políticas aplicadas por el PSOE en estos 40 años. Los políticos se han de evaluar por su destreza para generar prosperidad, no por clichés ideológicos. Así la incapacidad de Barbón resulta obvia, tanto por su falta de clarividencia y coraje para impulsar soluciones como por secundar el frentismo en vez de unir a los asturianos en un proyecto de futuro. Nuestra reconstrucción exige acuerdos interpartidistas con independencia de alternancias políticas, pues si no hay exclusiones nadie incumplirá lo pactado.
Nunca es tarde para recuperar la sensatez, analizando estrategia y resultado de otras regiones de similar perfil. El éxito vasco residió en su rigurosa planificación –aunque favorecido por prebendas y ventajas fiscales–. Como tampoco ha despertado nuestro interés la reinvención de Alsacia, Escocia y Valonia tras su demolición industrial. El politólogo mierense Julio César Herrero sostiene en el libro de Daniel Yustas 'Proyecto Asturias' que las decisiones deben basarse en solventes análisis consensuados y no en más ocurrencias, fijando un proyecto de región a largo plazo que determine en qué eje de los impulsados por la UE seríamos competitivos, para adaptar a la Administración a tal fin y subvencionar los proyectos que se ajusten al plan estratégico. Sin tal rigor analítico seguiremos dando palos de ciego. Pero nada cambiará sin que la sociedad asturiana abandone su apatía y exija a sus dirigentes altura de miras para impulsar un debate regional con propuestas solventes sin rencillas partidistas. Nuestro destino sólo depende de nosotros mismos.
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