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Confieso que no me cuadra. No veo a Errejón, Rubiales y Monedero formando trío coherente a lo Trajano, Adriano y Teodosio, no me termina de ... encajar pese a que los tres compartan miserias derivadas de las respectivas acusaciones de abusos. Casos parecidos pero diferentes y, finalmente, los respectivos jueces dirán. De momento, individuos de distinta condición, ocupación y origen equiparados por sus presuntos excesos, qué miseria. Algo deben de tener en común para verse en tan parecido trance lamentable. Y claro que sí: lo que tuvieron en común, lo que compartían como coyuntura personal era poder, prevalencia, situación de dominio, cada uno la suya. No sé si el poder corrompe pero, desde luego, el poder emborracha y, en consecuencia, ofusca y confunde. Desde esa posición de dominio la tropelía se les ocurre, pero si la llevan a cabo, o lo intentan, es porque creen que pueden, que a ellos eso les está permitido. Hasta que la realidad que, desde la embriaguez, no acertaron a valorar les explota bajo la barba.
Actividad pública en los tres. Sin excluir ideología exuberante de avanzados vanguardismos igualitarios en la izquierda, conciliada, al parecer sin grandes dificultades personales, con las pulsiones más elementales y primarias, como si más que a Marx o a Freud hubiéramos de convocar como experto perito esclarecedor de la cosa a aquel Juan Ruiz, más conocido como Arcipreste de Hita «…la otra cosa era haber ayuntamiento…» y no remato la cita porque me da vergüenza, qué tristeza y qué barato en gente tan principal.
En orden de condolencia priorizo a las víctimas que habrán tragado sin rebelión ni denuncia, que haberlas habralas, pero permíteme que a continuación sitúe antes al agresor que a la víctima rebelde. A ésta la redime y, si me apuras, la tranquiliza y la reconforta su rebeldía pero al agresor solo le queda o la hipocresía o el cinismo, pobre gente.
Y así como en materia de violencia colectiva institucional –Gaza, Ucrania– seguimos, como civilización, en un Pleistoceno vergonzoso, déjame exponer, una vez más, un cierto optimismo histórico: lejos de suponer un síntoma de regresión social en materia de costumbres la circunstancia que aqueja a estos sujetos es una señal inequívoca de que ya no. De que conductas que hasta hace poco hubieran pasado por calaveradas disculpables y hasta simpáticas, ya no. No lo parecerá, pero progresamos. Hace no mucho los entusiasmos montaraces de estos sujetos seguramente ni hubieran escandalizado.
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