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La muerte del Papa revela una doble contradicción: de una parte, la situación provoca en todo el mundo un interés creciente mientras la creencia y ... la práctica religiosa continúan su declive; de otra parte, cuanto más se cataloga a Francisco de Papa revolucionario, atípico, díscolo, incluso peligroso para los rocosos baluartes eclesiales tradicionales menos patentes son los contenidos de esa supuesta revolución.
El cambio de Papa, desde la muerte de uno hasta la elección y proclamación del sucesor es, ante todo, un fenómeno de la atención universal. Sin ir más allá, el despliegue informativo y gráfico que sobre el tema ofreció el martes pasado este mismo periódico fue, como poco, apabullante. Se diría que, socialmente, el Papa y su circunstancia interesan cada vez más, mientras el contenido de su discurso y su oferta espiritual interesan cada vez menos. Así que estamos ante la paradoja de que todos los medios de comunicación husmean y propagan todo lo concerniente al asunto, hasta el último detalle, para una audiencia tan expectante de las formas como desinteresada de los contenidos.
Respecto a la segunda cuestión, personalmente no dudo de la intención renovadora de Francisco, pero me temo que su realidad no ha pasado de gestos. Expresivos, pero gestos: ciertamente ha mostrado un talante muy personal, sencillo y hasta desenfadado, ha renovado el cardenalato, pero de momento su 'Iglesia de los pobres' muestra los mismos signos patrimoniales, doctrinales o morales de siempre: la mujer no ha avanzado un solo paso significativo hacia la igualdad en el interior de la iglesia, lo cual constituye un anacronismo estridente y cuestiones como el divorcio, el celibato obligatorio del clero, no digamos la homosexualidad o el aborto, realidades sociales establecidas, alimentan el progresivo y creciente desarraigo social de la Iglesia.
Así que preguntándonos por la razón de tanta expectación y tan poca adhesión a discurso y doctrina habremos de responder que lo que prende la atención es la inmensa e incomparable teatralización de todo el proceso: ceremonia, ritual, representación; en suma, el producto escenográfico de siglos de historia, de liderazgo social y de poder. Pero cuidado, porque en la medida en que toda esta imponente grandeza ceremonial coexiste con la creciente indiferencia social frente a su doctrina y su propuesta moral, la Iglesia profundiza en la deriva que la llevaría a convertirse en algo moralmente irrelevante: un inmenso y espectacular parque temático de interés ocasional.
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