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La muerte del buen Francisco me fue a pillar precisamente leyendo 'Loco de Dios en el fin del mundo', el libro de Javier Cercas que ... cuenta la experiencia de un ateo, el autor, acompañando a Francisco a Mongolia pero, sobre todo, sometiéndose a un baño integral de eclesiología para preparar el viaje, la cercanía al Papa y el libro en cuestión. Lo que nos importa es que uno de los bergogliers que adiestran en vaticanismo al autor le dice a éste que el Papa Francisco, ante cualquiera de los muchos problemas que constituyen el objeto de su responsabilidad, trataba de adoptar no tanto la 'solución correcta' cuanto, más bien, la 'solución de Dios'. Para ello se daba Bergoglio a la introspección meditativa y orante hasta sentir dentro de sí la inspiración divina buscada. (Sentir a Dios dentro de uno en tal trance comunicativo debe de estar al alcance de muy pocos).
El caso es que debemos suponer aplicado el método al tema problemático de la homosexualidad de la que Francisco, tras aquello de «si una persona es gay y busca a Dios…quien soy yo para juzgar», acabó por decir que sí, que la práctica homosexual «es pecado». Curioso, tras abstenerse del juicio aparece la condena. Hemos de entender, siguiendo la explicación del vaticanista acerca de la metodología papal, que la 'solución de Dios' es, en este caso, la condena que todo pecado grave lleva aparejada.
Vamos a ver, no conozco a nadie que haya decidido en algún momento de su vida ser heterosexual. La heterosexualidad no es condición voluntaria ni deliberada, sino algo que el interesado no decide, algo que le viene dado. ¿De dónde? De su propia naturaleza, para el creyente ha de venir de Dios. Y, naturalmente, lo mismo cabe decir de la homosexualidad. Y aquí debiera haber, al menos para el creyente, un escándalo estridente: Dios, que te hace homosexual, condena tu homosexualidad. O el buen Francisco ha entendido mal a Dios en esa prospección interna que busca la 'solución de Dios' o Dios no se entiende a sí mismo ya que condena su propia obra. En cualquiera de ambos casos el desenlace del asunto deja en muy mal lugar a la instancia juzgadora, lo cual no tendría la menor importancia para quienes no participamos de la creencia pero no quiero pensar lo que puede suponer para los, muchos o pocos, homosexuales creyentes.
Y lo que me resulta más decepcionante, por no decir más peregrino, del asunto es que esa conclusión cerrada y condenatoria es el fruto de la decisión de quien, a todas luces, era una buena persona.
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