Marginal
Ni un país como España está para jugar a la guerra preventiva con los recursos económicos
Estar, en la cuestión del gasto militar, de acuerdo con Pedro Sánchez no es difícil, en este caso, porque en el otro platillo de la ... balanza hay un payaso. Los payasos ya no me gustaban demasiado en mis últimos circos pero donde menos me gustan es, precisamente, fuera de ese tipo de pistas. Me parece muy bien que exista una asociación de países, homologables en buenas costumbres democráticas, para la mutua defensa pero lo del cinco por ciento, no del presupuesto, ojo, sino del Producto Interior Bruto que es cantidad mucho mayor, me parece arbitrario y me decepciona que la Unión Europea se haya plegado tan dócilmente a tamaño exceso y con ese gesto y esas maneras lacayunas porque, además, intuyo que la seguridad de Occidente no va a depender de la masiva cantidad de armamento almacenada sino de cuestiones disuasorias mucho más sutiles.
Un cinco por ciento del PIB español, unos ochenta mil euros, puede llegar a multiplicarse porcentualmente por tres si se pone en relación con los presupuestos generales del Estado de los dos últimos años. Y ni un país como España, donde se alcanza malamente el nivel satisfactorio en materia de servicios varios de los que el estado presta a los ciudadanos, está para jugar a la guerra preventiva con los recursos económicos ni la situación actual de la OTAN parece estar en tan angustioso déficit militar. Que Estados Unidos, como cabeza y máximo inversor en la defensa de Occidente pida la natural cooperación de los demás países del área es una cosa razonable, desde luego, pero que haya que cifrar esa aportación en más del trece por ciento del gasto estatal es un exceso de difícil aceptación.
Sánchez ha operado por libre en la reunión de la OTAN. Necesitaba que el ruido de la justificada oposición a Trump redujera el del viacrucis político interno que atraviesa. Y en materia de comunicación, sobre todo gestual, siempre prefiere la sobreactuación de brocha gorda, como si desconfiara de la capacidad receptiva de su público hacia la sutileza. Así que proyectó una euforia desatada cuando creía haber logrado su 2,1 % y exhibió una desmesurada marginalidad fúnebre ante la amarga realidad. El problema, en términos de imagen, es que un patetismo visiblemente sobredimensionado acaba lindando con la farsa.
En suma, ni me fastidió mayormente el ascenso del Oviedo ni me revuelve estar de acuerdo en algo con Pedro Sánchez. Lo primero lo achaco, no a inconfesables razones familiares –peores cruces hay– sino, me temo, a la decadencia que acompaña al calendario.
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