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El circo educativo pasa por una situación problemática en Asturias. Hago memoria, que últimamente no es lo que mejor hago, y debo asumir que he ... disfrutado de una envidiable mala educación. De toda la enciclopédica enseñanza recibida admito con naturalidad que la de mayor competencia y calidad educativa corresponde a las monjas que me enseñaron a leer en el entonces conocido como 'Asilo Pola', donde hoy está el Museo Piñole. La encargada de mi clase, de recién llegado, cuatro años, era sor Ascensión, que presumía de maña, (de aragonesa, no de destreza), pero no de unos ojos que recuerdo llamativamente claros en una expresión de tan natural dulzor que no había adulto, o adulta, que al verla no viniera a decirme lo guapa que era 'mi monja'. Allí pasé tres años con el natural aprovechamiento propio de la edad, incluida la preceptiva primera comunión, válanme San Jorge y el dragón. A continuación fui alumno del entonces llamado Grupo Escolar Jovellanos que, de aquella, tenía su natural espacio de expansión y deporte en la vecina Costanilla de la Fuente Vieja siendo el utillaje al efecto, pelotina maciza, a cargo del alumnado. Allí el 'maestro' don Constantino, de una clase de cuarenta y pico alumnos, sin desatender al conjunto debía preparar especialmente a una docena para el examen de ingreso en bachiller que se sufría en el vecino Instituto Jovellanos, hoy CCAI, un héroe don Constantino.
Del subsiguiente bachillerato privilegiado lo más rescatable fueron los compañeros, algunos ya no levantan la mano cuando pasamos lista. Y de la carrera lo más sorprendente podría ser la inmersión inicial en un tardosurrealismo darwiniano. (Matriculados trescientos, presentados ciento ochenta, aprobados nueve, era el resumen de un acta de cualquier examen de matemáticas o física de primero, a cargo de licenciados en tales materias que, limpiamente ignorantes de toda noción de arquitectura, acababan por ser quienes realmente decidían quién sería profesional de aquello y quién no. Sistema surrealista y cifras darwinianas). Así que me quedo con sor Ascensión y con don Constantino.
De aquella educación lóbrega a la actual va lo mismo que de aquel país triste al actual que, con toda su circunstancia, es otro país mucho más sano. Pero tanto entonces como ahora la función docente, eso de enseñar, y lo de menos es la materia a impartir, es una de las pocas actividades de las que yo diría que no pueden ser ejercidas sin vocación. Como todo lo noble y difícil.
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