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Huelga ya hablar de la 'quita' a las distintas autonomías a estas alturas. Todo está bastante claro: sacrificio ritual en el ara independentista a cambio ... de sus votos para la estabilidad de Pedro al frente del gobierno. Es evidente, por supuesto, que lo que no paguemos los ciudadanos como miembros de las respectivas autonomías lo pagaremos como miembros del estado común. Pero parece que en este análisis tan obvio y reiterado olvidamos un matiz determinante: la quita no se hace a beneficio de los ciudadanos de una u otra autonomía, incluidos los catalanes, sino a beneficio de los políticos, particularmente de los políticos catalanes y, más selectivamente aún, de los políticos independentistas catalanes. En el fondo a los políticos autonómicos les importa poco que los ciudadanos, en general, y los de su autonomía regional, en particular, paguen al estado como ciudadanos autonómicos o estatales, lo que sí les importa es la disponibilidad económica con que cuentan ellos como gestores de sus respectivas economías autonómicas. La quita asimétrica y selectiva ni siquiera se hace a beneficio de los ciudadanos catalanes, sino de los políticos catalanes y la resaca alcanza no a los ciudadanos, sino a los políticos de las restantes comunidades autónomas. Más dinero para más gestión autonómica o para más dispendio autonómico.
España puede ser el único estado de la Unión Europea en el que un diez por ciento largo de sus ciudadanos no quieren serlo y la gestión independentista puede alcanzar hasta al veinte por ciento de la población. Pero bajo ningún concepto debe identificarse independentismo con perversión por mucho que los designios independentistas persigan, como es natural, el debilitamiento del estado central o, por decirlo en términos más cordiales y menos administrativos, el quebranto de la realidad social y política denominada España. Esta pulsión secesionista tiene mucho más de consecuente que de perversa. Ahora bien, quien desde fuera de ella, es decir, desde un posicionamiento social ajeno al independentismo se sube al carro del mismo, mercadea con él a cambio de un miserable pan para hoy y le hace el caldo gordo, debería saber que no sólo está cebando a la bestia –dicho sea más metafórica que moralmente–, sino segándose la hierba bajo los propios pies y por muy largos que en política puedan ser dos años me pregunto qué quedará allá por dos mil veintisiete del socialismo español y del partido que hasta hace no mucho venía encarnándolo y a quién va a tocarle recoger los pedazos.
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