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Terminada la euforia papal, qué gran espectáculo, la Iglesia volverá a la senda de la progresiva opacidad que últimamente transita. Y no obstante es de ... justicia histórica reconocer que la Iglesia Católica es la institución más presente, de mayor permanencia en la historia europea hasta el punto de que la Iglesia recorre y vertebra toda la historia de Europa y no faltarán entusiastas de la creencia de que Europa acaba siendo un precipitado esencial del cristianismo. Ocurre, sin embargo, que en los últimos tiempos viene produciéndose un creciente desfase entre la natural evolución de la sensibilidad social general y la que la Iglesia muestra en su doctrina.
El distanciamiento progresivo entre Iglesia y sociedad no se produce a partir de honduras teológicas sino mucho más a ras de tierra. El divorcio, por ejemplo, es institución común en la estructura legal de cualquier país civilizado que la Iglesia no admite en su virtualidad natural de permitir un segundo matrimonio. Cuestiones como la consideración de la práctica sexual alejan progresivamente a la Iglesia de la sensibilidad social dominante. Y, particularmente, el rechazo de la homosexualidad, condición ésta más natural que voluntaria en tantas personas, recluye a la Iglesia en una suerte de encastillamiento cada vez más distante del sentimiento moral más extendido. No obstante, el aspecto más estridente del bloqueo ensimismado que la Iglesia padece no tiene apenas contenido moral alguno. Efectivamente, la institución que pretende ejercer el más alto magisterio ético, luz y guía de conciencias y actos, insiste en ignorar a la mitad del género humano. En la Iglesia Católica la mujer solo puede aspirar a ser santa, otras opciones funcionales de menor jerarquía moral le están vedadas. Pero, incluso, a tan excelsa condición quienes la promocionan serán seguramente varones.
Y entiéndase que todo lo que antecede no es reivindicación y ni siquiera crítica. Yo no soy de la parroquia y no me siento, en absoluto, legitimado para exigir nada de nada a quienes la gobiernan. Me limito a constatar un hecho anacrónico que a cualquier observador ha de resultarle algo más que chocante. Los dirigentes eclesiales sucesores de Bergoglio- tal vez su más decisiva renovación- tienen en la elemental equiparación de la mujer un desafío ineludible y sin aparente contenido doctrinal pero del que, en alguna medida, puede depender la credibilidad con que se reciba socialmente la propia doctrina.
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