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No sé si Netanyahu duerme mucho o poco, sé que tiene mucho trabajo. Pero estoy seguro de que lo que duerme lo hace a pierna ... suelta. Con la conciencia del deber cumplido. Como quien se sabe al día en el trabajo a realizar. Porque si no fuera así, si las imágenes del sufrimiento en Gaza, si las caras infantiles del desamparo más absoluto, del hambre y de la sed –¡de la sed en dos mil veinticinco, hay torturas anacrónicas!–, de los bombardeos que rematan aleatoriamente a los supervivientes de las plagas anteriores le incomodaran mínimamente el necesario descanso, entonces el genocidio que, día tras día, planifica y realiza no ocurriría. Él mismo se encargaría de que no ocurriera. Así que seguro que sí, seguro que Netanyahu goza del descanso plácido del sicópata. Y si uno se pregunta de dónde arranca y dónde se sustenta tal grado de sicopatía en un tío aparentemente como cualquier otro la respuesta tampoco parece difícil: la sicopatía de Netanyahu brota y se alimenta, como tantas otras, del nacionalismo, un israelí vale por miles de palestinos, hay vidas valiosas y vidas deleznables, esa gente no es nadie, solo odiosos terroristas potenciales.
No sé lo que los ciudadanos israelíes saben del diario genocidio infantil de Gaza y no sé, en consecuencia, el grado de responsabilidad que comparten con el genocida. El mundo, en general, es decir, sus gobernantes, sí lo saben, lo ven y lo toleran con algunos aspavientos de dudosa convicción. De Estados Unidos, sobre quien pesa la culpa que toca a quien pudiendo evitar el daño no lo hace, ya no cabe esperar nada por razones obvias. Es Europa quien debe asumir la tarea urgente de denunciar, presionar y actuar con absoluta convicción, como quien defiende algo propio, en la tarea de detener la irracionalidad. (Cuando la crueldad llega a tales extremos degenera en completa irracionalidad). No lo estamos haciendo en la debida medida y debemos constatar que entre los líderes europeos Sánchez, nuestro cuestionable Sánchez, viene mostrando un encomiable interés en el tema. Pero ya no valen proclamas ni declaraciones, cada día que pasa sin actuar de forma efectiva la situación de hambruna medieval se agudiza y los padres y madres palestinos tienen que ver impotentes esas caras infantiles de desesperación desconcertada- ¿así que era esto la vida?- que, por el medio que sea, deberíamos hacer llegar a la población israelí de a pie porque quiero creer, y creo, que en ningún pueblo o colectividad del mundo la sicopatía asesina es mayoritaria.
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