Don Pío nos deja de nuevo. Hace ahora nueve años, Somió se despedía de su párroco entre muestras de agradecimiento que se prolongaron durante todo ... un año.
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Un parque con su nombre, un busto erigido junto a la iglesia, regalos, una multitudinaria comida y muchas misas repletas de fieles que, aun entendiendo su merecida jubilación, lamentaban la marcha del buen cura.
Recuerdo cómo Don Pío, tan enemigo de cualquier protagonismo, vivió con resignación aquel periodo, y buscó canalizar estas muestras de cariño como un homenaje a todos los párrocos y al sacerdocio.
Nunca llegó a comunicar el día que partiría. Celebró su última eucaristía como párroco, sin anuncio alguno y, tras ella, se retiró a su Serantes natal.
Fiel a su estilo se marchó, discreto, sin importunar a nadie y en esa aura beatífica que siempre le acompañaba. Esta noche lo hacía de nuevo. Por segunda vez nos dejaba, sin previo aviso, en paz y evitando dar que hacer.
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Don Pío personificaba esa humildad que el Papa Francisco pone en el centro de la vida sacerdotal. Un cura sencillo, austero y, ante todo, bueno, en lo más amplio y maravilloso de la palabra.
Desde niño, a su lado como acólito (él no diría monaguillo), crecí viendo a un hombre entregado con amor y sacrificio a su misión.
Vestido de sotana y sonrisa cuidaba con marcial disciplina, quién sabe si herencia de sus inicios de cura castrense, de sus feligreses.
Con mimo se dedicaba a los mayores, sin descuidar las visitas a sus enfermos, y con el mismo cariño hablaba cada domingo a los pequeños.
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Sus extensas homilías reflejaban la erudición de un cura de pueblo, como gustaba llamarse, que nunca dejó de leer y cultivar su fe para sí y para los demás.
Un regalo, en definitiva, con el que Dios premió a quienes tuvimos en suerte conocerle.
Un cura bueno que encarnó las palabras de San Juan María Vianney, patrón de los párrocos, al afirmar que un buen pastor era el tesoro más grande que Dios podía conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina.
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Don Pío nos deja de nuevo, disfruta ya junto al Padre en el lugar del que nos fue enviado.
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