Debajo del volcán
La erupción de un volcán arrastra siempre una funesta lava de horror, un panorama trágico, a veces mortal. Lo que comenzamos a ver el domingo ... pasado no era solo una extraordinaria actuación de la naturaleza era, además, un extraordinario recordatorio de nuestra impotencia ante ciertas cosas de la vida. Al principio, el estallido nos cogió con la guardia baja, sin muchos reflejos para reaccionar ante lo que se avecinaba o intuir, al menos, la dimensión del drama. Con los días se ha ido pasando del jolgorio de imágenes impactantes, al desaliento. Es ahora cuando vemos lo que ocultan el ruido y la furia, cuando vemos lo que hace con miles de personas, evacuadas ante un presente al que solo se combate huyendo. A través de las cámaras la realidad penetra con toda su fuerza y nos vuelve a poner en nuestro sitio, incapaces de barruntarnos el tamaño del desastre, la carga de desolación que conlleva un solo estallido volcánico.
Queda ahora, en definitiva, la esencia de este espectáculo, que diría la ministra Maroto, un espectáculo sin alivio ni diversión. Entiendo que la ministra no quería decir lo que dijo o, queriendo decirlo, pensaba que aquello no pasaría de una encantadora erupción sin consecuencias. No fue la única, por mucho que se rasguen las vestiduras periodistas, tertulianos y algunos lideres de la oposición (que se han ido a hacer su propio espectáculo a pide de lava). Muchos estuvieron calculando el coste económico que supondría para el turismo este golpe de lava capaz, incluso, de cerrar las rutas aéreas por esas nubes de cenizas traicioneras. En fin, que patinó la ministra y patinamos casi todos con esta soberbia tan nuestra de creernos con escudo protector ante la vida.
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