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Resulta difícil imaginar que un solo hombre, por mucha fama de matón que se le atribuya, consiga mantener en vilo al mundo entero a estas ... alturas de la era que nos ha tocado vivir. Donald Trump ya llegó a la Casa Blanca inspirando temor, pero apenas tres semanas después de haberla ocupado ya está dando muestras increíbles de su propósito. Porque además de causarnos miedo con sus excesos verbales, los está perpetrando con la misma desenvoltura, multiplicando las amenazas y empezando además a ejecutarlas.
Desde que llegó al Despacho Oval, cargado de rencores y odios, no ha perdido ni un minuto en firmar decretos a centenares, exhibiendo que es el dueño y señor de la realidad de sus ambiciones y que no cesará en conseguirlas, con el mayor desprecio que cabe imaginarse a la igualdad entre los seres humanos y la soberanía que albergan sus instituciones, empezando por los Estados, cuyo respeto internacional es intocable. El manejo de los 'royalties' que regulan la economía de todos se ha convertido en su arma para poder imponer su voluntad, siempre en su beneficio y ambición y contribuyendo a generar pobreza.
Aunque no son sus conocimientos históricos el fuerte de su cultura y formación, es bastante probable que haya oído hablar de los antiguos emperadores que se repartían el Planeta, desde los romanos hasta las pretensiones de Napoleón, y él quiere convertirse en el emperador del siglo, ser el dueño de una parte del universo y el ídolo venerado de sus habitantes. Ya había anunciado que ampliaría sus dominios a Groenlandia, la gigantesca isla que le facilita, según sus apreciaciones, el control de la seguridad y la independencia de los Estados Unidos, como si alguien a estas alturas pretendiese amenazarla. Y para abreviar, anticipó algo que él sabe hacer muy bien desde el ámbito de los negocios, no siempre claros ni respetuosos con la ley y los derechos de los demás, utilizarlos como instrumento de la política.
Ya en su puesto, mantiene a la práctica totalidad de los gobiernos de los cinco continentes atemorizada ante la amenaza que imparte, cada día más utópica. Ya no se contenta satisfecho comprando Groenlandia, recuperando el canal de Panamá o incorporando a Canadá al control que ejerce sobre los cincuenta estados federados que preside. La paz la encontró alterada por varias guerras, especialmente la de Ucrania y la de Gaza, y es lógico que ponga todo el esfuerzo para pararlas a su manera.
Por ejemplo, en el intento del caso de la Franja de Gaza ha sorprendido como solución con la mayor osadía y disparate que cabe. Su propuesta es simplemente comprar la Franja, para seguir evitando problemas, repartir por el mundo a sus dos millones y medio de habitantes –la superpoblación convierte al territorio en el más denso– y quedarse con ella para convertirlo en un centro turístico de la costa mediterránea. A quienes enseguida se echaron las manos a la cabeza ante semejante disparate, les respondió que, si había dificultades, la compraría a título personal. Nadie es capaz de calcular cuánto le costaría. Será por dinero, coño...
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