Nunca llega la paz
La paz es un sueño que nunca se confirma. Todos los días escuchamos llamamientos de los políticos de todas las ideologías, incluidos los que enseguida ... inician la guerra. Algunos intelectuales realistas culpan a la incapacidad del ser humano de renunciar a la violencia para conseguir sus ambiciones de poder, político o territorial, da lo mismo, o darle rienda suelta al odio y los deseos de venganza. El recuerdo de la crueldad de la guerra estremece, pero no la descarta. En España todavía hay algunos que recuerdan la que todavía no hace un siglo dividió a la sociedad y dejó un saldo trágico de medio millón de muertos. Estos años últimos, después del final de la llamada Guerra Fría que tenía de los nervios a los europeos temerosos de una tercera contienda, vivimos un periodo de casi insólita tranquilidad. Por fortuna esta situación no creo pasividad. Los gobernantes de aquellos años cincuenta y sesenta consiguieron ponerse de acuerdo para renunciar a los viejos rencores y lograron lo que parecía imposible: dos organizaciones plurinacionales, una para el fomento de la cooperación, la Unión Europea, y otra concebida para garantizar la defensa ante las amenazas, la Alianza Atlántica. La primera integrada hoy por veintisiete países que se han venido incorporando con el paso de los años y la segunda por treinta y dos.
Esta última atraviesa un momento difícil, precisamente cuando los conflictos armados, como los que enfrentan a Ucrania y Rusia desde hace ya casi tres años y el que mantienen Israel e Irán, han desestabilizado la situación mundial. La alarma creada por el miedo a que las hostilidades se extiendan a otros escenarios bélicos lamentablemente no ha contribuido a incrementar la capacidad defensiva de la OTAN. Antes al contrario, está siendo aprovechada para convertir la anterior unidad en un ámbito de discrepancia en torno a la cuestión de índole económica que la necesidad de su función requiere.
Estas discrepancias estimuladas por motivos económicos y la conservación del poder han centrado la Cumbre de la Alianza celebrada este miércoles pasado en La Haya. En enfrentamiento entre el histriónico presidente de los Estados, Donald Trump, y el prepotente presidente del Gobierno Español, Pedro Sánchez, uno empeñado en imponer su supremacía internacional, el otro empeñado en mantener el poder a costa del apoyo de varios partidos populistas, ha dejado abiertas dudas sobre su futuro.
La exigencia de Trump, cuantificada como el cinco por ciento del PIB, para la contribución al fortalecimiento de las estructuras militares encargadas de garantizar los objetivos defensivos y la reacción de Sánchez firmando esa exigencia a regañadientes y dejando entrever que no la cumplirá no puede más que preocuparnos a los españoles. Trump que, goza amenazando, ha anticipado que castigará a España haciéndole pagar el doble de lo desembolsado a través, cabe prever, de sanciones comerciales. Por suerte, serán sin duda otros políticos los que a lo largo de diez años tendrán que asumirlo.
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