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Donald Trump nos sorprende cada día con una de sus amenazas e intenciones siempre preocupantes. Entre tantos problemas como enfrenta con numerosos países, –unas veces ... por aumento de aranceles, otras por los envíos continuos de vuelos de aviones repletos de residentes ilegales que está empeñado en expulsar y devolver a sus países de origen, donde algunos destinatarios, como ocurrió con Colombia, se niegan a recibir a sus ocupantes a pesar de ser compatriotas, y otras por los conatos de resistencia que empiezan a surgir contra sus decisiones en diferentes Estados de la Federación– Trump, con su soberbia, no se olvida de sus pretensiones imperiales sin respeto a las soberanías de otros países.
Uno de sus proyectos, del que no se olvida, es la conquista de la gigantesca isla de Groenlandia y arrebatársela a Dinamarca sin legitimidad alguna para hacerlo. El argumento es convertirla en un muro de defensa atómica contra alguna agresión extranjera. Se supone que será Rusia, justo la potencia con la que se está reconciliando dándole la vuelta a los que fueron sus enemigos tradicionales. Nadie puede entender semejante argumento siendo como es Groenlandia territorio de Dinamarca, un miembro de la OTAN y de la Unión Europea, que naturalmente se niega a concederle semejante capricho. Como es sabido, Groenlandia es la isla más grande del planeta –más de cuatro veces la extensión de España–, y a su vez el territorio más despoblado: apenas cuenta con sesenta y cinco mil habitantes, que viven dispersos bajo el hielo casi permanente. A pesar del frío y de su dispersión, rechazan la pretensión de convertirse en una colonia de Estados Unidos, con el que no tienen vinculación alguna y del que les separan más de tres mil kilómetros de Océano. El alcalde, la mayor autoridad de la isla, ya ha expresado su oposición a la absorción y en una encuesta, celebrada bajo la inclemencia del clima, se demostró que más del ochenta y cinco por ciento de los habitantes se oponen a convertirse en estadounidenses. Pero eso a Trump no parece que le importe mucho. Es un capricho y él enseguida pretende que sus caprichos se conviertan en realidades, aunque sea a costa de un conflicto internacional. La Unión Europea es lógico que se solidarice con Dinamarca.
No es Groenlandia el único objetivo de sus pretensiones expansionistas. Aspira a retomar la propiedad y el control del canal de Panamá, porque según sus teorías, resulta muy caro el coste del tránsito por sus esclusas a los barcos estadounidenses. Y hasta se permitió pretender la integración de Canadá, el país vecino, de mayor extensión que los propios Estados Unidos, y se entiende que convertirlo en un Estado más de los cincuenta que integran la Federación. Estas pretensiones, entre ridículas y para muchos casi pintorescas, se convierten en un motivo de preocupación que él confirma, de vez en cuando, eso sí, con el incremento de los aranceles a las importaciones como arma, lo que empieza a convertirse en un verdadero caos para la economía mundial.
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