Embusteros e incapaces ante la catástrofe
Estos políticos representan en el escenario de cada día su propia megalomanía, y dividen y enfrentan y ensucian la necesaria y noble política, y demuestran que no les interesa nada el bien común, ni la libertad, ni esa patria de la que tanto hablan
Estamos asistiendo a un proceso de aceptación de la mentira como expresión inherente al ejercicio de la política? La falta de concordancia entre las medidas ... predicadas en las campañas electorales y el desempeño posterior de la acción legislativa (o la ausencia de ella) ya parece algo natural, disculpable, previsible. Pero los singulares acontecimientos de los últimos años (la pandemia global y la excesiva mortandad en las residencias geriátricas de Madrid, la dana en Valencia, los incendios en Galicia y en Castilla y León o la crisis sanitaria en Andalucía nos inducen a reflexionar sobre la estrecha y perversa relación entre la mentira y el ejercicio del poder. Ya se habían producido reacciones tristemente mendaces y tramposas de los gobernantes en otras graves ocurrencias anteriores, como el desastre del 'Prestige' en 2002, el trágico accidente del avión Yakovlev 42 en 2003, los atentados terroristas en marzo de 2004 o el accidente del metro en Valencia en 2006, pero en los últimos acontecimientos creo que se ha avanzado un paso más en la normalización de la expresión mentirosa por parte de los políticos que son responsables directos en la gestión de las crisis.
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Mi siempre admirado Miguel Torga dice en una de las anotaciones de su extenso diario: «Infelizmente, los políticos son incapaces de un acto de sinceridad, incluso si así consiguieran una gloria imperecedera. Precisamente porque son políticos, confían más en la bonanza de la mentira que en la marejada de la verdad». Aun sabiendo que podían mentirme, yo siempre otorgué a los políticos la facultad de transmitirme verdad y esperanza. Por esto, el mayor delito del que yo acuso a algunos gobernantes es el de sembrar en los ciudadanos la convicción de que la mentira es la herramienta más útil a la hora de gobernar. Bien parece que quien miente mejor o quien más tiempo es capaz de resistir sostenido en una mentira es el político más admirable.
No pocas veces, la política se asemeja al teatro y, en ocasiones, las circunstancias, la impasibilidad en los sentimientos (y en la inteligencia), el sentido exagerado de la grandeza personal, el conocimiento del precio depravado de algunas personas, el oportunismo canalla, la crueldad a la hora de considerar el valor de las vidas ajenas o el desprecio a la libertad de pensamiento han hecho de individuos grises, de actores mediocres, unos jefes o gobernantes providenciales que en su tumorosa vanidad acabaron por creer que su poder les venía poco menos que del cielo divino. Con el tiempo el pueblo termina por sacar a esos actores del escenario del poder político, tal vez porque tantas mentiras llegan a resultar insoportables, incluso para los más ciegos y fieles seguidores. Pero hasta que esto ocurre, ellos persisten en su forma tramposa e indigna de gobernar atendiendo, no a la contundente evidencia de los hechos, sino a una ilusoria realidad fabricada a la medida de su triste incompetencia.
Estos políticos representan en el escenario de cada día su propia megalomanía, y dividen y enfrentan y ensucian la necesaria y noble política, y demuestran que no les interesa nada el bien común (que es el sustento de los servicios públicos), ni la libertad, ni esa patria de la que tanto hablan como si fuera el virgo de una virgen sobre la que ellos tuvieran el derecho de pernada. Les seduce, eso sí, el espectáculo de su propia y pública hipertrofia.
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Es maledicencia, mediocridad y soberbia. La letanía de estos políticos de la negación y de la incompetencia es agotadora e interminable. ¿Acaso aceptaron sus cargos pensando que iban a dirigir una comunidad de vecinos o una comisión de festejos? Resultan patéticos sus intentos desesperados por desviar inmediatamente la responsabilidad hacia otras personas u otras instituciones cuando se sospecha que sus políticas deficientes o su mala gestión pudieran tener relación con el origen, el desarrollo o las terribles consecuencias de una determinada crisis. Con su desprecio a la verdad de la palabra están contribuyendo a la destrucción de la convivencia. Sus declaraciones intolerantes, sus actitudes rencorosas e insolentes, sus lenguajes mediocres y sus incoherencias y su perversa tendencia a culpabilizar a las víctimas producen escalofríos. La mentira camina con ellos, está enraizada en su discurso, conforma sus argumentos. Debemos observar y señalar a aquellos políticos que mienten, debemos enfrentarlos a la verdad de los hechos y exigirles responsabilidad. La mentira política de estos gobernantes cobardes debe tener límites, porque sus efectos son devastadores para la convivencia. La mentira de algunos afecta a la credibilidad de todos los demás.
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