Cuando Pedro Carrillo, fundador de Genyus School, me propuso poner en marcha un programa de emprendimiento en el colegio, confieso que mi primera reacción fue ... de duda y escepticismo. Siempre había asociado esta palabra con crear empresas, no con educar. Además, ¿cómo encajarla en un sistema educativo que históricamente ha valorado la obediencia y la uniformidad como base del orden escolar?
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Ese es el gran problema: seguimos atrapados en un modelo diseñado para fabricar estudiantes disciplinados, repetidores de contenidos y poco acostumbrados a cuestionar. Una escuela que premia la respuesta correcta, pero castiga la curiosidad; que prepara para aprobar exámenes, pero no para afrontar la vida.
Estoy convencida de que este modelo ya no sirve. La consejera de Educación, Eva Ledo, lo expresó con claridad: «Por primera vez no replicamos el modelo que recibimos. Nos toca investigar y construir nuevas metodologías». Tiene razón, pero ahora queda llevar esas palabras a la acción.
Las aulas han cambiado, sí, pero las estructuras permanecen ancladas en el pasado. Y ahí es donde el emprendimiento cobra sentido. Cuestiona los valores tradicionales, situando la iniciativa, la innovación y la curiosidad en el centro del aprendizaje.
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Afortunadamente, Pedro me ayudó a ampliar la mirada. Comprendí que emprender en la escuela no significa enseñar a 'montar negocios', sino fomentar una actitud vital: iniciativa, creatividad, autonomía, trabajo en equipo y capacidad para afrontar retos. Competencias necesarias para cualquier camino que el alumnado elija en su vida.
Educar desde esta perspectiva implica enseñar a planificar, cooperar, asumir riesgos calculados y aprender de los errores. Supone proporcionar a los estudiantes espacio para experimentar y liderar, y a los docentes la valentía de acompañar procesos que no siempre tienen un resultado previsible.
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Por supuesto, este enfoque incomoda, pues obliga a abandonar la seguridad de un currículo cerrado y apostar por procesos inciertos, donde el docente deja de ser transmisor para convertirse en acompañante. Implica aceptar que los estudiantes no son recipientes que llenar, sino personas que deben experimentar para crecer.
Emprender es educar en libertad, compromiso y creatividad. Y eso empieza, inevitablemente, en la escuela.
Hoy, después de vivir la experiencia, ya no tengo dudas: no es una moda, es una necesidad urgente para formar generaciones capaces de innovar, cuidar y transformar la sociedad.
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