Godot en Asturias
Cuando Samuel Beckett escribió 'Esperando a Godot' no podía imaginar que ese personaje misterioso y ausente, del que todos hablan y nadie conoce, tomaría cuerpo ... en Asturias. Sí, sí, en Asturias, y a cuento del renacido debate sobre la cooficialidad del asturiano. Godot encarnado en la 'cooficialidad amable', ese concepto de nuevo cuño inventado por el presidente Barbón y la FSA-PSOE para hacer más digerible la incorporación de la cooficialidad del asturiano en el Estatuto de Autonomía, el mantra que todos citan pero que nadie sabe muy bien en qué consiste.
La declaración de una lengua como cooficial en un determinado territorio no es más que una categoría jurídica que lleva aparejadas una serie de consecuencias. Un status mínimo definido en múltiples sentencias, en la ya larga batalla de los nacionalismos periféricos contra la lengua común. La mayoría de los defensores de la 'oficialidá' no están en esa batalla, sin duda, pero a estas alturas no caben ingenuidades o autoengaños. Quien siga defendiendo otra cosa debería leer, entre otras, la sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010 de 28 de Junio sobre el Estatuto de Cataluña, aquella que definió cómo debía interpretarse el concepto de lengua propia y cuáles eran las consecuencias de esa definición. O simplemente observar la realidad de las seis comunidades con lenguas cooficiales reconocidas; por ejemplo, en todas ellas la lengua cooficial es vehicular en la enseñanza, en mayor o menor grado, en la totalidad del territorio o en una parte. Pero lo es. También en Galicia, comunidad vecina con un bilingüismo real que en Asturias no existe.
Esa cooficialidad amable se viste como un mero reconocimiento de derechos para los asturfalantes sin consecuencias para el resto. Amén de que no existe la categoría de derechos sin deberes contrapuestos, se olvida deliberadamente que desde el año 1998 está vigente la Ley de Uso y Protección del Bable/Asturiano. Su art. 4 recoge un catálogo de derechos que si no es una cooficialidad amable, se parece mucho, entre otros: el derecho a emplear el bable/asturiano y a expresarse en él, de palabra y por escrito, y a que sea válido a todos los efectos en las comunicaciones orales o escritas con la Administración. Incluso a que sea valorado en las oposiciones y concursos convocados por el Principado de Asturias, cuando las características del puesto de trabajo y la naturaleza de las funciones que vayan a desarrollarse lo requieran.
Esta ley que nació con un amplísimo consenso, igual que el Estatuto de Autonomía, ahora se pretende sustituir por una exigua y coyuntural mayoría sin ni siquiera haberla desarrollado. Los partidarios de convertir la política en un pugilato de identidades deberían pensárselo dos veces antes de abrir otra nueva fractura en la sociedad asturiana, tan necesitada de impulsos comunes.
El asturiano forma parte de ese legado entrañable que todos sentimos como propio, una parte de esa suerte de identidad abierta y sin complejos que no necesita mitificar el pasado para construir el futuro, y encuentra en el apego a sus raíces y a su historia, precisamente, la razón de su universalidad y de su fortaleza.
Juegan con fuego los que por obtener una pírrica victoria política no dudan en convertir al asturiano en un elemento más en disputa, cuando precisamente el apego de los asturianos con su forma de hablar es altísimo, sin necesidad de reconocimientos artificiales ni de elevarlo a categoría política.
Estamos sobrados de políticas emocionales que exaltan las diferencias y hacen descansar el orgullo de pertenencia a una comunidad en sus rasgos identitarios y no en sus logros colectivos. Convendría recordarles aquellas palabras no tan lejanas, del año 2015, del anterior presidente de Asturias, Javier Fernández, en la entrega de las medallas de Asturias: «Asturias no precisa enrevesar su historia ni su identidad para estar segura de sí misma. Pensemos que probablemente no haya ninguna otra parte de España donde se cante tan a menudo a la patria sin que esa mención inflame ansias de exclusión ni de alejamiento. Ese es uno de los rasgos que mejor nos definen y más fuertes nos hacen».
Asturias, que a veces parece llevar inscrito en su código genético la tardanza en abordar los cambios y retos de la modernidad, en esto de la cooficialidad debería olvidarse de los viejos clichés de una doctrina tan antigua y reaccionaria como el nacionalismo. Mejor empezar a valorar que se adelantó a su tiempo, y vistas las fracturas, los fracasos y conflictos de otros modelos de la llamada normalización lingüística, no seguir esperando por ese Godot desconocido de la 'cooficialidad amable'. Ya está aquí, Godot habita entre nosotros y se llama Ley de Uso y Protección del Bable/Asturiano.
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