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El significado del nombre ya es evocador en sí mismo: siempre preparado para el combate. Pero nuestro protagonista, lejos de adoptar una actitud belicosa, solo ... combatía por las causas nobles y en beneficio de los demás. Alfonso, nuestro querido y recordado Alfonso, era un caballero no solo en sus modales, sino en su comportamiento con los demás. Era una persona franca y de buenos sentimientos. Practicaba la caridad del buen samaritano y nunca escatimaba esfuerzos ni humanos ni físicos ni económicos a favor de los demás.
Acudía a todos los entierros de amigos, conocidos y familiares de los mismos y en la medida de sus posibilidades los ayudaba y reconfortaba. No era extraño encontrarlo en los centros hospitalarios visitando a amigos y conocidos ingresados y no dudaba en ofrecerse para velarlos. Era donante de sangre.
La bonhomía era su bandera y fiel a ella, era afable, sencillo, bondadoso, caritativo, tierno, indulgente, clemente, compasivo, humano y llano. Era honrado a carta cabal y, por ello, vivía en un mundo que le resultaba extraño e incomprensible. Le producía un intenso dolor y una profunda consternación la crisis de valores éticos, morales y sociales que padecía la sociedad actual y, en especial, la clase política. Me animaba a denunciarla y era un entusiasta lector de mis artículos.
En ocasiones se excedía en los consejos, pero siempre con la mejor y más sana intención. Era un modelo de vida y siempre predicaba con el ejemplo.
Rehuía la confrontación, pero si por la personalidad del opositor resultaba inevitable, prefería convencer que vencer y, en último término, darse por vencido.
Era un deportista impenitente y y con su fiel grupo de amigos practicó el fútbol sala hasta los ochenta y cuatro años, en el nada fácil puesto de portero. En ese mismo ámbito, acumulaba sobre sus espaldas multitud de Caminos de Santiago y docenas de marchas a Covadonga.
No era vanidoso ni tampoco orgulloso. A lo sumo, estaba orgulloso de no ser vanidoso. No guardaba resentimiento a nadie por más que, en ocasiones, pudiera tener motivos. Sabía que el rencor era como tomar veneno y esperar a que matara al enemigo. Su vida estuvo plagada de disciplina, valentía, sacrificio y generosidad. Siempre fue fiel a sus compromisos. Su sola presencia generaba una estela de honestidad y solidez que nos servía de estímulo a todos los que estábamos en su entorno.
Sabía que lo único que necesitaba el mal para triunfar era que los buenos no hicieran nada y, por ello, se esmeraba en hacer el bien.
Permanecía alejado del oropel y de la fama. Sus únicos vicios conocidos eran su familia, sus amigos, la música clásica y el deporte.
A pesar de todas sus reconocibles virtudes, no se sentía el centro del universo, sino un inquilino más.
Quería la felicidad de los demás y era cómplice en el sufrimiento ajeno.
Todos los que lo rodeamos damos gracias a Dios por haberle moldeado de esta manera y a Alfonso por haber contribuido a que seamos mejores personas cada día. Le teníamos un gran cariño,
Alfonso era mi hermano. Descanse en paz.
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