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Seguro que recuerdan la célebre frase que dijo Bill Clinton en la campaña contra Bush padre en 1992: «¡The economy, stupid!», «¡La economía, estúpido!». Fue ... una idea del asesor de campaña James Carville para centrarse en cuestiones de la vida cotidiana del ciudadano. Y tuvo éxito. Hoy podríamos sustituirla por otra frase: «¡Es la atención, estúpido!». Hace poco he estado viendo una enjundiosa conversación entre Chris Hayes y Ezra Klein sobre la maestría con que Trump maneja la atención de los espectadores. Porque conflicto es atención, y atención es influencia. El mismo Hayes ha escrito un ensayo sobre el tema 'The Siren's call: how attention became the world's most endangered resource' (Penguin Press, 2025). Trump es un crack del arte escénico, entiende el poder de la imagen, no en vano estuvo diez temporadas en antena con el reality 'The Aprentice'.
En un mundo en el que hay un exceso de contenidos, todo el mundo compite por la atención, y esa atención es un producto de mercado que se vende como sustancia preciosa. Se comercializa publicidad de continuo, ubicuamente. Las mismas redes sociales son un experimento gigante acerca de cómo atraer, producir, mantener la atención. Cómo viralizamos algo. Cómo se moldea, cómo se manipula, cómo se cambia. Google, Meta, su negocio es la atención. Elon Musk pagó por Twitter 44.000 millones de dólares sólo para darnos la turra y que le hagamos casito. Y tanto Hayes como Klein nos lanzan ideas muy interesantes. La política es el epítome de la importancia que tiene la atención, y mientras los demócratas siguen pensando que el dinero es la base de la política, Trump entendió que la sustancia base es la atención. Kamala Harris utilizó la ecuación «dinero compra atención para la posterior persuasión», pero Trump usó otra: «Atención en cantidades ingentes a base de burradas igual a influencia». Esa atención da igual que sea negativa o positiva, lo que importa es que tengan los ojos fijos en el conflicto, aunque te insulten. Los demócratas prefieren la no atención a la atención negativa, a Trump se la trae al pairo, igual que a Musk. Lo único que importa es el volumen total de atención, la suma. El drama, el antagonismo, el atolladero: que el reality siga en antena.
Y ahí tenemos otro punto. La presidencia como un reality. Pero no vemos exactamente 'El ala oeste de la Casa Blanca', sino 'Trump Desencadenado'. Evidentemente, su estrategia de troll puede no servir para otros políticos republicanos, pero a él sí le sirve, es el rey de los trolls que dan berridos en la meseta de Gorgoroth. No todo el mundo tiene el cuajo, es una cuestión de temperamento: la mitad de Estados Unidos te odia, pero la otra te adora. Obviamente, como no todos los caracteres aguantan el tirón, ¿cuáles funcionan mejor en este ambiente de olla a presión y polarización? Posiblemente los sociópatas, los narcisistas, las personalidades borderline (TLP), es decir, que tal como se plantea hoy en día la política, este territorio se puede llenar de chiflados, con las consecuencias que estamos viendo.
Viniendo a lo de antes, los reality: resulta inevitable que sus mecánicas se filtren en la gestión del poder. Trump piensa en términos de televisión y de audiencia: «Todo va de audiencias, puedes ser la peor persona del mundo, pero si tienes audiencia, no pasa nada», dijo nuestro troll. Así, piensa en términos de casting, de tramas y subtramas, de arcos ficcionales. Quién entra en la isla, a quién echamos; quién me cae bien y le voto y quién me está haciendo la puñeta. En la cabeza de Trump hay un equipo de nibelungos guionistas que le da los diálogos del día: hoy tenemos una intriga en Groenlandia, mañana en Panamá, y después queremos montar un casino en la franja de Gaza. La isla de Trump se va llenando de más y más pirados para mantener el conflicto, y esos pirados tienen que casar con el papel: el jefe del ejército ha de parecer un general, y empezamos a rodar. Es el vórtex de atención, y a darle duro a las palomitas y a la Coca-Cola Zero.
¿Cuál es la forma de contrarrestar a Donald John Trump? Quizás competir en espacios no políticos, tratar de llamar la atención de la gente que no lee sofisticados textos de política. Quizás influencers, quizás con un poco más de follón, sin preocuparte tanto si la comunicación es perfecta… francamente, yo no lo sé. Se trata de probar cosas nuevas, y evidentemente, no confundir churras con merinas, no seguir por el camino de los excesos woke, no darle más importancia a la causa trans que a la cesta de la compra, no pensar que todos los hispanos son demócratas. Los ciudadanos quieren cosas tangibles: cuántos murieron por no vacunarse debido a la propaganda de Trump, cuánto riesgo hay de que la desregulación económica que preparan los republicanos no acabe otra vez como en 2008. Hay que hablar del pan, no de gamusinos: cuánta distorsión de la realidad provoca la filfa que nos colocan con el agit-prop, cuánto deforma nuestra comprensión de lo que está sucediendo, cuánto degrada la democracia.
Recuerdo una frase de la novela 'La maldición de Hill House' de Shirley Jackson (que tiene un título gótico maravilloso, 'Siempre hemos vivido en el castillo'): «Ningún organismo puede seguir existiendo de manera sana durante mucho tiempo bajo condiciones de absoluta realidad». Siendo esto cierto, lo contrario también se puede certificar: una sociedad no puede vivir continuamente en un reality, siendo carne de cañón del voyeurismo y el melodrama. Mucha gente nos ha contado dónde acaba ese sendero: Yevgheni Zamiátin, Sebastian Haffner, George Orwell, Aldous Huxley, Primo Levi, Victor Klemperer, Aleksandr Solzhenitsyn, Neil Postman…
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