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El otro día, durante una tertulia en la tele, uno de los oficiantes hizo un comentario muy inteligente; vino a decir que si se están ... tomando continuamente desde el gobierno decisiones que van contra los intereses de España, sólo cabe una pregunta: ¿quién está facturando? A este respecto, tengo varios nombres en mente, pero quien brilla con luz propia es siempre José Luis Rodríguez Zapatero. Es uno de esos individuos que, como decía Umbral de Felipe, «le cambias el interlocutor y no se entera». El efecto lisérgico que causa verlo en la pantalla, cuando le entrevistan, es inenarrable: tanta mentira, tanto cinismo, esa mirada mesiánica, esa forma de hablarte como si no tuvieras ni repajolera idea de nada. Las pausas, los gestos, los silencios: cuánto tiempo pasará delante del espejo.
Rodríguez Zapatero hace tiempo que se ha ciscado en su figura institucional y pasa de estatuas en el Retiro: él sólo quiere mandar donde pueda y comprar chalés. Antes pagaba el dictador bolivariano, ahora pagará el dictador marroquí y el chino. En eso se ha quedado la alta política: en comprar chalés. ZP (su particular crismón) le marca el camino a Sánchez, para cuando no esté en el poder, y le aconseja que delante de los sátrapas se ponga como Marilyn en 'Niágara', con un «escote tan grande que se le vean las rodillas». Entretanto, medra a la sombra de los ataques al poder judicial, del control de medios y empresas estratégicas (ah, malhadada PRISA, malditos gabachos…), y funge en la creación de una asfixiante red de contactos y lobistas cuya única conciencia es la cuenta de resultados, y no sé por qué me acuerdo de Miguel Ángel Moratinos, de Pepe Blanco y de Pepe 'tiktok' Bono, que tenía tan buen rollo con Obiang, y quien también considera que la alta política es comprar chalés (en Toledo, en eso hay gusto). A qué se debe esa quietud pelágica de Rodríguez Zapatero y Sánchez respecto a las cacicadas de Marruecos (cuando Hassan II probó a Adolfo Suárez haciéndole una velada amenaza de que invadiría Ceuta y Melilla, el español respondió asegurándole que un minuto después bombardearía Rabat y Casablanca). Por qué esa plenitropía hacia el sol chino, explicitada en su pornolibro 'La solución pacífica'. ZP, alias 'peacemaker', nos intenta convencer de que los gringos son muy malos, de que los chinos son muy buenos, que no tendrán tentaciones de conquista como los malditos americanos, y que ganaremos buen dinero si hacemos negocios con ellos y por ahí los ditirambos. Todo sin una sola línea a la ausencia de libertades civiles, a las matanzas, a la liquidación de opositores, al imperialismo comercial… A este paso, tendrá que cambiar su crismón de ZP por AR (ávida renmimbi).
Rodríguez Zapatero, no contento con su querencia por los déspotas (llega a decir que Erdogan es un 'aperturista'), también le gustan los golpistas. Nuestro 'peacemeaker' marea la perdiz con Puigdemont, le lía con el catalán en Europa, la amnistía y conque le dará el mando supremo de las fronteras, mientras estira la negociación hasta, si puede, 2027, jugando con las ganas de nuestro escapista preferido de tomarse unos cargols en la Heimat. Rodríguez Zapatero es el mismo genio que dice que «no creo que Putin tenga intención de invadir países que formaron parte de la antigua URSS», y que no debemos elevar el gasto en defensa. Todo esto, sin olvidar su bagaje cultural, con citas de Gloria Fuertes, Kennedy y Luther King, además de su ensayo sobre Borges, que siempre me recuerda aquella salida de T. S Eliot sobre E. M. Forster: «Su gloria crece con cada libro que no escribe».
Cuando Sánchez pierda las elecciones, quien piense que se retirará y permitirá que el PSOE se regenere hasta volver a ser socialdemócrata comete un error de peso. Va a dejar el camino lleno de minas, y sus peones colocados en los lugares adecuados para intentar de nuevo el asalto a los cielos. En su equipo, seguirá muñendo Rodríguez Zapatero, que entre trinque y trinque escribirá libros que irán acumulando polvo en las baldas de las tiendas de lance, junto al resto de diletancias de algunos políticos que tienen demasiado tiempo libre en sus poltronas, y justo al lado de los eructos escritos de las presentadoras de televisión, los influencers que nos cuentan sus depresiones y embarazos, los guionistas que confunden los culebrones con la literatura, y algún músico que piensa que también él puede ganar el Nobel (total, si se lo dieron a Dylan…). Lo único bueno es que podremos seguir disfrutando de su faceta como monologuista cómico en los mítines, que tengo que reconocer que yo disfruto enormemente. Quién como él para poner esa media sonrisa contenida, adoptar esa sorna a fin de contarnos los chistes y chascarrillos sobre Rajoy y Feijóo, mirada al infinito, con los ojillos relucientes. Nadie puede competir, no hay color, de verdad. Porque Rodríguez Zapatero «ama a su país», como no se cansa de repetir, mientras se lo vende a Mohamed, Nicolás, Xi y quien venga con la bolsa lo suficientemente llena de doblones. Es lo que tienen los chalés. Como decía Alberti mientras recordaba el día que conoció a Dalí: «Era un muchacho iluminado, con unas dotes geniales que, si no se hubiera emputecido tanto, hubiera sido qué sé yo…».
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