El ethos literario
Intento, aprender de vuestra precisión, honestidad literaria, capacidad de reflexión, esfuerzo: soy un aprendiz, lo seré hasta el final, humilde, pero ambicioso, un combate en el que me levanto cada día, de madrugada, para pelear en el teclado
Hace poco, Leonardo Padura escribió en 'El País' un hermoso artículo sobre sus referencias literarias y, en un homenaje a Vargas Llosa en Casa América, ... volvió a contar la anécdota de cómo se acercó a él en Barajas para hacerle el tributo debido de un fan. Se presentó y le dijo: «Maestro, soy un escritor cubano. Y sólo quería decirle que cada vez que comienzo a escribir una novela, me vuelvo a leer 'Conversación en La Catedral'… Con usted siempre aprendo algo sobre estructuras». Ese fue un pasaporte para que don Mario le dedicase una sonrisa antes de salir disparado hacia su vuelo. Qué importantes las referencias para un escritor, y también ser conscientes de los magisterios que nos han llevado hasta aquí. Alejo Carpentier aconsejaba no sacar a relucir a los maestros que nos habían influido, por no desvelar las costuras, pero yo creo que el homenaje es necesario, y hasta terapéutico (aunque don Alejo cumplió su norma: disparó contra el surrealismo, pero nunca habló de su relación literaria con Pierre Mabille, autor de 'Le miroir du merveilleux', obra capital en su futura concepción de «lo real maravilloso americano»).
Las referencias, sí, las lecciones: el ethos literario. Intentaré hablar del mío, pero sin un orden concreto. Cela me enseñó que, para ser escritor, había que trabajar como un ingeniero alemán y olvidar el pintoresquismo de la vida pseudoliteraria, «los que están en los cafés no tienen derecho a quejarse». Tuve claro desde el principio que las tertulias eran una pérdida de tiempo, que había que estar delante del teclado. Cuando comencé a escribir, tenía problemas para armar las estructuras, pero no fue Vargas Llosa la referencia, sino leer los libros de Juan Marsé, en especial, 'Si te dicen que caí' (aparte, toda su paleta de recursos técnicos y descripciones). Más adelante, cuando cae en tus manos 'Guerra y Paz' y ves lo que Tolstoi es capaz de hacer con las transiciones (en realidad, con todo), ya no puedes más que ponerle velas el resto de tu vida. Tuve un deslumbramiento con 'El Gran Gatsby' a los veinte años, y nunca más dejó de fulgir en mi mente, y pasé la 'época Juan Carlos Onetti' como si fuera una enfermedad, perdido en sus asociaciones de imágenes e ideas, en sus desenlaces lánguidos, en esa aventura del descubrimiento continuo. A todos ellos, mi gratitud más eterna.
Un día descubrí a Ivan Bunin y su tratamiento del color y durante una temporada veía las páginas como un cuadro. La importancia de la documentación, histórica, social, económica, me quedó clara con 'Bomarzo' de Manuel Mujica Lainez, y Capote me susurró que el arte se compone de detalles seleccionados, ya sean imaginarios o como destilación de la realidad. Hubo un parteaguas en mi concepción de la imaginación con 'Las ciudades invisibles' de Italo Calvino, y con 'Centuria', de Giorgio Manganelli. Los diálogos nutricios y cortantes, la mayéutica socrática, me los metí en vena con los clásicos del noir. En esa línea, con 'Mystic River' de Dennis Lehane comprendí que se podían subir muchos escalones literarios partiendo de mimbres trillados; con Vázquez Montalbán, que lo criminal es sólo una excusa para una profunda exégesis social y psicológica. Lo inesperado lo asimilé con George Perec, y la precisión, la gracia, la exquisitez del estilo vino con Julien Gracq, pero eso fue mucho antes de Cormac McCarthy. Su 'Meridiano de sangre' fue como la Parusía, la segunda venida de Cristo por la que llevase siglos aguardando. A todos, gracias de corazón.
Mi estado de exaltación, el desdoblamiento, lo que los franceses denominan état second, en el que estamos invadidos por el daimon de la literatura y escribimos y escribimos conectados a los espíritus ancestrales, se alimentó de la capacidad alegórica de Ismail Kadaré, y mi concepción de la Historia se formó con la lectura de 'El hombre rebelde' de Albert Camus. García Márquez me enseñó la importancia de tener un buen título, y con 'Crónica de una muerte anunciada' tienes un dos por uno: el título y el manejo del tiempo. Analepsis, prolepsis… es el mismo control del tiempo que tiene Vargas Llosa en 'La fiesta del chivo', y antes, en su Catedral. A todos, mi agradecimiento.
Y qué importante es tener un buen malo en literatura: nadie peor que la Cathy Ames de 'Al este del Edén', de John Steinbeck (bueno, sí, hay uno peor: el juez Holden de 'Meridiano de Sangre'). Con Ernest Hemingway aprendes a no contarlo todo, y con Yukio Mishima, cómo acercarte a la belleza, y que una espada sólo puede ser manejada con toda eficacia por alguien desmedido. Gracias a E. L. Doctorow por la polisemia emocional, gracias a Norman Mailer por el descaro, gracias a James Salter por el erotismo, gracias a Lawrence Durrell por su Alejandría y por el Mediterráneo, gracias a los góticos por su morbosidad y su decadencia, gracias a Malcolm Lowry por ese inexplicable e irrepetible milagro que es 'Bajo el volcán', gracias a Tobias Wolff por sus cuentos entrañables y desesperados. Y, últimamente, he quedado deslumbrado con formas alternativas de pensar el oficio: debido a Hillary Mantel y su Corte del Lobo, el género histórico; con el colectivo italiano Wu Ming ('Ovni 78', 'El ejército de los sonámbulos'…), se contradice mi certeza de que no se pueden hacer buenos libros a varias manos; con George Saunders y su 'Lincoln en el Bardo', la literatura se despliega como un mapa con nuevos reinos; con David Uclés, se me permite pensar que podemos recuperar herramientas que parecían ya arrumbadas en el sótano (realismo mágico). Al conjunto, mi reconocimiento.
Todos habéis sido tan importantes, maestros. Mi deuda nunca se va a poder pagar. Recuerdo a Richard Ford cuando dijo que, al escribir, su propósito no era ser mejor que los grandes autores, sino intentar formar parte de la conversación. Y lo intento, aprender de vuestra precisión, honestidad literaria, capacidad de reflexión, esfuerzo: soy un aprendiz, lo seré hasta el final, humilde, pero ambicioso, un combate en el que me levanto cada día, de madrugada, para pelear en el teclado. Vosotros siempre quedaréis muy lejos, allá, en el horizonte, pero me basta con vuestros rastros, con seguirlos, con disfrutar de este viaje, del conocimiento, del estímulo, de la curiosidad, de la belleza, de la ampliación de lo cotidiano, de la ruptura de los esquemas. Toda mi gratitud, de verdad, porque, gracias a vosotros, durante un tiempo precioso, puedo ser feliz.
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