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Entre 1933 y 1945, la Alemania nazi creó más de 44.000 centros de detención, y esto incluye campos de trabajo forzoso, campos de concentración, ... guetos, burdeles y recintos para prisioneros de guerra. El resultado de tal exuberancia fueron millones de muertos, de toda raza y condición. Ya desde la invasión de Rusia, en el Plan General del Este se contemplaba un mínimo de 4.000 ejecuciones diarias para limpiar aquellas tierras de elementos que no perteneciesen a la raza aria, y dejar el camino expedito para la colonización. Himmler se refería a aquellas tierras como la 'California del Este'. Se calculaba la muerte de 31 millones de personas, y la esclavización o germanización de 14 millones más en los siguientes 30 años. La Wehrmacht desbrozó el camino, y quien se encargó del trabajo más sucio fueron los Einsatzgruppen, cuatros destacamentos que operaban en la retaguardia alemana, liquidando a todo bicho viviente. Las cifras de asesinados son escalofriantes, alrededor de un millón y medio de muertos, pero, si se revisan las expectativas del Generalplan Ost, se quedaron muy lejos de los objetivos. Y ahí entran los campos de exterminio.
Siguiendo las consignas del hierofante mayor, der Führer, en 1942 se concretaron en Wannsee los protocolos para el exterminio, que sería ejecutado por las SS. Los Einsatzgruppen no estaban cumpliendo a la velocidad requerida, aparte de que las mentes de los soldados quedaban reventadas por el nivel de violencia que se requería. Necesitaban un método más eficaz y, sobre todo, más rápido. Se crea un universo oscuro, con nombres que todos conocemos, empezando por Auschwitz-Birkenau; una pesadilla tan inimaginable que, durante décadas, los filósofos y los escritores buscarán infructuosamente la forma de explicarla. En la RSHA, encargada de la Solución Final, la cadena de mando bajaba desde Himmler hasta Heinrich Müller, y de ahí a Ernst Kaltenbrünner, pasando por el famoso Adolf Eichmann, que se ocupó de que los convoyes ferroviarios continuasen llegando a los campos hasta muy avanzado el año 1944. Theodor Eicke fue el encargado de inspeccionar los campos, y quien creó el 'Sistema Eicke'. Se trataba de un código de normas para someter a los prisioneros a una brutalidad ritualizada, conducente a su destrucción física y psicológica. Ideología inhumana, disciplina ciega, jerarquía, castigos, miedo generalizado, ejecución final.
El universo KL (Konzentrationslager) va creciendo, con una organización encaminada a la eliminación física de todos los prisioneros, pero sin perder en ese proceso la oportunidad de explotarles como mano de obra esclava. El imperio nazi necesitaba trabajadores para sus minas, fábricas, campos de cultivo, algo acorde con el inmenso esfuerzo de guerra de la nación. Numerosas empresas se aprovecharon de esta política: la Bayer se vinculará con Mauthausen, la BMW con Dachau, la IG Farben con Buchenwald y el tercer campo de Auschwitz, Buna, etc… Miles de hombre y mujeres, esclavos tirados de precio que morirán por extenuación, enfermedad, o lisa y llanamente por hambre. Especialmente sangrante es el proceso de transporte y recepción: los prisioneros podían pasarse días en tránsito, vagones con capacidad para 50 personas se cargaban con 100 o más, sin agua ni comida, sin atención médica, provocando que nadie pudiera sentarse, y muertes por asfixia, inanición, frío y deshidratación. El 2 de julio de 1944, un convoy que partió de Compiègne hacia Dachau llevaba más de 600 personas fallecidas a su llegada, lo que representaba un tercio del total de los pasajeros. En la recepción, todo estaba diseñado para una distribución eficaz de los que irían directamente a las cámaras de gas y el crematorio, y los que vivirían algunas semanas o meses más a costa de una humillación y sufrimiento inacabable.
Todo aquel que haya visitado campos de exterminio puede recordar lo tenebrosas que resultan las cámaras de gas, la depresión que produce ver los crematorios. «Los jóvenes sanos generan humareda negra, aceitosa y llamas que lamen las chimeneas; los viejos y demacrados emiten humo amarillo y pálido». En mi caso, no puedo olvidar la cámara de Auschwitz, con capacidad para 2.000 personas, pero lo que me desfondó fue ver las maletas con los nombres de sus propietarios a tiza, y la fecha de su asesinato. Fue lo que individualizó aquel crimen masivo, lo que daba densidad a los muertos: su nombre. Escuchen unos momentos a Rudolf Höss, comandante del campo, durante una de sus confesiones en Núremberg: «En 24 horas se podía incinerar a 2.000 personas en los cinco hornos. Normalmente, conseguíamos incinerar sólo de 1.700 a 1.800 cuerpos. O sea, que siempre íbamos con retraso en la cremación porque como puede ver era mucho más fácil exterminar mediante gas que incinerar, que llevaba mucho más tiempo y más trabajo. En la época culminante del proceso, llegaban diariamente dos o tres trenes, cada uno de ellos con alrededor de 2.000 personas. Ésos fueron los tiempos más duros porque había que exterminarlos inmediatamente y las instalaciones para la incineración, incluso con los nuevos crematorios, no podían mantener el ritmo del exterminio».
Este mapa del horror está desplegado minuciosamente en el ensayo 'La mecánica del exterminio', de Xabier Irujo (Crítica). Es un documento estremecedor no sólo acerca de la destrucción de los hombres, sino de la rentabilidad que debían producir antes de su muerte. Para terminar, creo necesario recordar la trilogía de Auschwitz que escribió Primo Levi, 'Si esto es un hombre', 'La Tregua' y 'Los Hundidos y los Salvados', tres libros que deberían estar en todas las bibliotecas, porque «lo sucedido puede volver a suceder».
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