Peter Thiel juega con su bola del mundo
El supermillonario de Silicon Valley, cofundador de Paypal y Palantir, uno de los primeros inversores en Facebook, piensa que en el mundo sólo hay jugadores activos, que lo comprenden y lo pueden dirigir, y el resto que denomina 'pasivos'
Hay un librito, 'Why are we at war?', que Norman Mailer publicó en 2003, un poco antes de que su país entrase con los tanques ' ... Abrams' en Irak. Es una reflexión lúcida sobre el poder y el patriotismo y el nacimiento del imperio americano. En el ensayo, nos cuenta que la democracia nace de muchas batallas individuales, y que es una estructura noble y delicada, y como tal, siempre está en peligro. También nos advierte que el estado natural de gobierno humano es el fascismo, y que Estados Unidos, con sus enormes desigualdades, tiene tendencia hacia el fascismo, pues los procesos políticos están determinados por el dinero. Mailer piensa en 2003 que su país está en una situación pretotalitaria, y que bastará con las circunstancias adecuadas para que comiencen los recortes de libertades.
Y pasamos a 2025. Normalmente el foco lo tenemos en Trump o Musk, pero donde también deberíamos mirar es en el tercer cubilete: Peter Thiel. El supermillonario de Silicon Valley, cofundador de PayPal y Palantir, uno de los primeros inversores en Facebook, piensa que en el mundo sólo hay jugadores activos, que lo comprenden y lo pueden dirigir, y el resto, que denomina 'pasivos'. Thiel es lector de René Girard (siempre hay un intelectual francés detrás de cada lío americano), quien defiende la teoría del 'deseo mimético': todo el mundo anhela lo que poseen otros, no hay valor objetivo en las cosas, y quien comprenda esto podrá manejar los comportamientos sociales. El correlato es que Peter Thiel defiende los mecanismos para proteger la propiedad privada y, sobre todo, evitar que otros países se apropien de lo que pertenece a Estados Unidos. Todo nos conduce a que, en ese propósito, resulta esencial la persecución sin descanso del desarrollo tecnológico, con poca o ninguna consideración por el coste que deba asumir la sociedad. Cuando le ves contar su visión en las entrevistas, con sus 'um' y sus 'aaah' y sus pausas medidas y sus redirecciones y su indeterminación, además de su obsesión por las palabras 'disruption', 'risk' y 'stagnation', todo suena más esotérico e inofensivo, pero es lo que tiene ser listo. La excusa de la libertad individual y el progreso científico se mezcla con cositas de John Locke, de Thomas Hobbes, una pizca del 'Apocalipsis' de San Juan (¡habla incluso del Anticristo!), otra del oráculo de Delfos, y luego más Leo Strauss y Carl Schmitt, que siempre aparece en todas las salsas golpistas. Al final saca la patita y afirma con todos sus huevos: «Hay que pensar cosas nuevas y extrañas, y así despertar de ese largo y provechoso período de letargo intelectual y amnesia que tan engañosamente se denomina Ilustración».
Según Thiel, que formó parte del equipo de transición de Trump, el contrato social ya no funciona. Afirma que Estados Unidos es grande por su adhesión a los principios de libertad y justicia, pero también por su ocasional desviación de ellos. Y ahora es el momento de desviarse, supongo, porque el país está lleno de parásitos de la asistencia social, y la sociedad ya no busca retos trascendentes. Estados Unidos necesita gente como él, con propuestas «aceleracionistas», que derroquen a las elites progresistas y lleven al Imperio a una nueva época de esplendor, la Nueva Jerusalén, «el Reino de los Cielos hoy». O sea, que la libertad ya no es compatible con la democracia. Asimismo, Thiel suscribe que la ciencia del clima es fraudulenta, que las monedas inflacionarias son diabólicas y que hay diferencias genéticas que predisponen a ciertos grupos para dominar. Esto, hace unos años, tendría su equivalente en la impresión de un perfil en una peseta con el logo de «Caudillo de España por la Gracia de Dios».
En resumen: Peter Thiel cada vez está más inquieto, gastando un montón de pasta en muchas direcciones políticas y tecnológicas. En su momento, pensó que Trump era una opción lo suficientemente caótica para iniciar su futuro utópico y mesiánico, pero parece que también se le está quedando corto.
Toda esta película la hemos visto muchas veces a lo largo de la historia, en cada ocasión con un ropaje diferente, antropológico, político, teológico, pero dentro siempre estaba un Peter Thiel. Se me ocurre el símil de mantener una pelota de goma bajo el agua: cuanto más lo hundas, cuando dejes de hacer presión, más alto saltará. Así son estos personajes. Así es la historia.
Volvamos por último a Norman Mailer. Escribe en su librito que no sabe qué va a pasar si Estados Unidos sufre una depresión o una crisis económica terrible o ataques terroristas a gran escala. Eso lo mezclas con el patriotismo y la sentimentalidad, «cuyo exceso corrompe la compasión», y tenemos un explosivo plástico. Un exceso de seguridad es enemiga de la democracia, escribe Mailer, porque la vida es incertidumbre, y hay que aprender a vivir con la inquietud. Me pregunto qué pensaría Mailer en su casa de Brooklyn, al final de sus días, cuando ya no podía ni boxear, porque se había pegado con todo el mundo, y sólo le quedaba Dios, pero Dios no quería subirse al ring con él. Me pregunto cuáles serían sus consideraciones si hubiera podido leer las entrevistas de Thiel, los saltos en campaña de Musk, las pilas millones que llevaron a Trump a la Casa Blanca, imbricados con su buen ojo para leer los miedos profundos de los americanos. O lo último: el asesinato de Charlie Kirk. Sí, todo eso me pregunto.
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