Poltergeist japonés
Los fantasmas funcionan como grandes alegorías, como herramientas para tratar nuestros traumas, nuestros anhelos, nuestras angustias. Nuestros aparecidos nos ayudan a crecer, cabalgan nuestra razón, hacen posible el asombro o lo sublime
La tradición espectral de Occidente es abundante. Los fantasmas funcionan como grandes alegorías, como herramientas para tratar nuestros traumas, nuestros anhelos, nuestras angustias. Nuestros aparecidos ... son viejos conocidos, ya no tan terroríficos, aunque arrastren muchos kilos de cadenas o se muevan por cementerios brumosos. De hecho, nos ayudan a crecer, cabalgan nuestra razón, hacen posible el asombro o lo sublime, conectan lo cotidiano con ese mundo paralelo del que hablaba el cardenal Newman. Ya Gilgamesh conversaba con el fantasma de su amigo Enkidu, Odiseo se encuentra con el fantasma de su madre, el padre de Hamlet es un espectro, y el mismo Jesucristo regresa como un ente espiritual. Todos nos acordamos del final de 'El sexto sentido' o hemos charlado con el camarero de 'El Resplandor'; hemos leído 'Pedro Páramo', o pasado las horas con Maupassant, Poe, Machen o Lovecraft. Desde luego, seguimos discutiendo si eran o no fantasmas los personajes de 'Otra vuelta de tuerca'.
Publicidad
Hasta aquí los fantasmas de casa. Pero hay otra tradición, también bastante espeluznante: los fantasmas japoneses. Para los nipones ya estarán muy transitados, pero para el occidental medio son ciertamente pavorosos. Ya tuvimos noticia de ellos en la película 'The Ring', pero les puedo contar de algunos. En principio, funcionan con un mecanismo similar: muertes a destiempo, vejaciones, suicidios, asesinatos, humillaciones… es algo que deja al espíritu furioso, y que le hace deambular entre los humanos, unas veces provocando piedad, y la mayoría, un terror profundo. Cuanto más imperfecta es la muerte, mayor fuerza tendrá el fantasma. Son los yurei, los fantasmas, los yokai, las criaturas híbridas, todos enmarcados en las historias fantásticas, las kaidan. Los japoneses también tienen su propia güija, las 'veladas con cien velas' (hyaku monogatari), en las que durante el periodo Edo se invocaba a los espíritus. Vamos a ver algunos de ellos y cómo reconocerlos.
En principio, el fantasma japonés no tiene piernas, es delgado, suele vestir un sudario y su cabello está desordenado. La mayoría son mujeres (sí, al más allá llegó el MeToo). Su alma (reikon) queda en un estado intermedio, ni para delante ni para atrás, y algunos pueden ser redimidos con los rituales funerarios adecuados, o divinizándolos, o utilizando conjuros de shinto, o simplemente dejándoles que se lleven aciagamente al humano. Sin embargo, otros mantienen su sed de venganza intacta (urami), y son estos los que se desmadran y montan los poltergeist (algunos supongo que ya no saben hacer otra cosa, como el protagonista de 'Memento'). Tenemos a oiwa, con su rostro deforme; a ubume, la madre fallecida en el parto, que atormenta a los niños. También hay fantasmas infantiles, zashiki warashi, traviesos y burlones, aunque son de buen augurio. Tenemos los onryo, aristócratas venidos a menos, llenos de rencor; los ahogados, funayurei, que se convierten en híbridos entre hombre y pez. Existen los espíritus que protegen lugares concretos, yibakurei; y los fantasmas que flotan deformes, sin apenas recuerdo de su humanidad, fuyurei. Por haber, hasta a los vivos se les desprende el alma en ocasiones, y vagan un rato por el éter (ikiryo), igual que en el clásico literario del siglo XI, 'La historia de Genji'. Y existen unas entidades que no son exactamente fantasmas, los obake, que van y vienen sin un propósito definido. Por rematar, una cosa rara: los objetos inanimados, jarras de sake, kimonos, sandalias… también pueden cobrar vida y ser autónomos (tsukumogami).
Los fantasmas japoneses se pueden presentar a cualquier hora del día, aunque prefieren la 'hora del buey', entre la 1 y las 3 de la mañana. Y si preguntan a cualquiera en Japón, igual que nosotros conocemos las ánimas convocadas por José Zorrilla o Gustavo Adolfo Bécquer, y también a la Santa Compaña, ellos reconocerán a unos cuantos: Okiku y el décimo plato que nunca encuentra ('The Ring' se basa en este fantasma); Otsuyu, una historia de amor que acaba mal, con actos sexuales incluidos; la antedicha Ubume, la mujer que perdió un hijo y se aparece con un kimono desgarrado y lleno de sangre; Yuki-onna, el fantasma de la nieve, muy peligroso para los niños; Kasane, que asesina sistemáticamente a las nuevas esposas de su antiguo marido; Kuchisake-onna, alias 'la sonrisa de muerte', un fantasma bellísimo que te hace una pregunta y, si no la contestas adecuadamente, te mutila (es parecida a la Esfinge); Hannya, un fantasma monstruoso, repulsivo, que quizás represente lo más oscuro que llevamos dentro… Capítulo aparte, son dos variaciones marcianas: las extrañas cabezas voladoras (rokurokubi y nukekubise), testas que se desprenden de los cuerpos y flotan y vuelan o se estiran como Pedro Pascal en 'Los Cuatro Fantásticos'. Y los demonios militares (gashadokuro), esqueletos gigantes que recorren los campos de batalla y se tragan y mastican a los supervivientes (ah, esos ejércitos de osamentas que nos acorralan en 'El Triunfo de la muerte', de Pieter Brueghel el Viejo…).
Publicidad
Pues hasta aquí hemos llegado: disponen de todo un abanico de ánimas, espantos y espectros para disfrutarlos. Los tienen todos recopilados en una edición de lujo, 'Fantasmas Yokai', de Philippe Charlier (Lunwerg Editores). El libro es en sí mismo un objeto artístico, repleto de ilustraciones de Hokusai e Hiroshige. A los mayores nos entretienen, a los críos les causarán pesadillas, pero también les enseñará cosas, igual que los cuentos de los hermanos Grimm (Jacob y Wilhelm). No puedo despedirme sin recomendarles encarecidamente la tetralogía de 'El Mar de la Fertilidad', de Yukio Mishima: 'Nieve de Primavera', 'Caballos desbocados', 'El templo del alba' y 'La corrupción de un ángel'. Es una gran historia de amor. El amor por un fantasma.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión