Ricardo III nunca pidió un caballo
En 1590, cuando Isabel I ya sea una anciana y todas aquellas guerras formen parte de la mitología inglesa, Shakespeare comenzará a escribir sus ciclos teatrales, dos tetralogías desde Ricardo II hasta Ricardo III, toda la historia del siglo XV anterior a los Tudor
Está bien eso de fabricar villanos. Los necesitamos para la ficción (en la vida real ya tenemos demasiados). El jorobado Ricardo III vendiendo su reino ... por un caballo en la batalla de Bosworth el 22 de agosto de 1485 es una imagen muy potente, y Shakespeare lo sabía. La cosa es que Ricardo, el último rey Plantagenet, no era ni de lejos un cobarde, sino un tipo que intentaba encabezar una carga contra Enrique Tudor, que lideraba la causa de los Lancaster. Le reventaron la cabeza, y la mala suerte, además de la traición de sir William Stanley, hizo que perdiese la batalla y la vida, comenzase la dinastía Tudor y finalizase la denominada Guerra de las Dos Rosas. Pero la violencia tenía raíces muy profundas, y venía de muy atrás.
Hay que remontarse hasta Enrique V, un rey magnífico y carismático, que consolidó el reino y se lanzó a por Francia. El 25 de octubre de 1415, el Día de San Crispín, contra todo pronóstico gana la batalla de Agincourt (leer la maravillosa arenga que también se inventa Shakespeare: «we few, we happy few, we band of brothers…»). Tras el tratado de Troyes, y el desposamiento de la princesa Catalina de Valois, el sueño inglés de enjaretar una monarquía única para Inglaterra y Francia estaba en la punta de los dedos. Todo pintaba bien, con el reino de Albión más o menos estabilizado, cuando Enrique V muere durante el asedio de Meaux, en agosto de 1422. Esto se añadía a que su heredero era un bebé de nueve meses, el futuro, debilísimo y desastroso Enrique VI; a que los franceses no estaban por la labor; y a que los ingleses siempre andan conspirando: ¿qué podía salir mal?
Desde la corte se mantuvo la ficción de que un bebé gobernaba como un adulto, estrategia muy curiosa, aunque puro teatro, y no lograría conjurar los futuros 'coup d'etat' que sufriría el país durante décadas. Entretanto, en Francia la guerra continuaba contra Carlos VII: victorias y derrotas alternativas, lideradas por duques y condes, mientras la propaganda inglesa continuaba creando ficciones para justificar el derecho britano a la corona francesa. También aparece Juana de Arco, la Pucelle, para oponerse a las ambiciones inglesas, y el 6 de mayo de 1429 libera Orleans (luego la quemarían los ingleses en Ruan, en 1431, pero esa es otra historia). Todo aliñado con los magníficos rituales que se desarrollaban en las respectivas cortes, y que alimentan esa escena en la serie 'The Crown', en la que Isabel II recibe el óleo sagrado que la conecta directamente con Dios. Pero la galbana de Enrique VI provoca numerosas guerras civiles y rebeliones, algo tediosas de explicar, por lo que vamos a resumir en plan 'Érase una vez el hombre', cuando nos cuenta las invasiones y las contra invasiones.
Se rompe la alianza inglesa con los borgoñones, lo que provoca que los franceses tomen la iniciativa y comiencen a atacar Normandía. Los de Albión acaban por colapsar y terminarán recluidos en Calais. En Inglaterra, se impone el protectorado del duque de Suffolk, pero acaban ejecutándolo en 1450. Se levanta el duque de York, Ricardo, y tras muchas idas y venidas, lo acaban liquidando en 1460. Se levanta Eduardo, que se auto coronará como Eduardo IV y logrará un periodo de relativa paz (a su vez sufre el levantamiento de Warwick) hasta que muere en 1483. Y aquí aparece Ricardo III, que le da un golpe a su hermano, Eduardo V, y sí, liquida a los vástagos en la torre de Londres. Y suma y sigue. Entre tanto golpista, aparecen mujeres magníficas: Margarita de Anjou, esposa de Enrique VI, poderosa e indomable hasta el final.
Dan Jones nos cuenta la historia de verdad en 'La guerra de las Dos Rosas. La caída de los Plantagenet y el ascenso de los Tudor' (Ático de los Libros). Sin demérito de la ficción, es esencial conocer las raíces de dicha ficción, aunque, en ocasiones, resulte un poco monótono, e incluso pesado. Para contrapesar, tenemos los fascinantes análisis de los rituales, así como la descripción de los equipamientos para la guerra, de las enjundiosas aventuras sexuales, los vicios, las traiciones, los excesos, las conjuras, los chamullos, la propaganda, las conspiraciones. Y llegará Enrique VII, que morirá en 1509, que dará paso al famoso Enrique VIII, de cuyas tribulaciones da buena cuenta otra ficción, la trilogía de Hilary Mantel sobre Thomas Cromwell, de ineludible lectura. Enrique es el príncipe renacentista, que se casará con Catalina de Aragón e intentará reverdecer los triunfos ingleses en Francia (sin éxito). Será la manifestación viva del éxito de los Tudor, que seguirá limpiando el mundo de sangre Plantagenet a fin de afianzar su poder, hasta que el sábado 14 de enero de 1559, su hija menor, Isabel, sea coronada como Isabel I. En 1590, cuando Isabel ya sea una anciana, y todas aquellas guerras formen parte de la mitología inglesa, Shakespeare meterá cuchara y comenzará a escribir sus ciclos teatrales, dos tetralogías que van desde Ricardo II hasta Ricardo III, toda la historia del siglo XV anterior a los Tudor. Y como dice el malvadísimo Ricardo en escena: «Conscience is but a word that cowards use, devised at first to keep the strong in awe». Muchos políticos contemporáneos firmarían esta frase…
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