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Cada hora se mueren 6.324 personas en el mundo. Esto es un total de 151.776 personas al día, y más o menos 55, ... 4 millones al año. Lo cual quiere decir que la muerte, aunque esté malfamada, es algo de andar por casa, constante, muy íntimo. Sobre la muerte se ha escrito mucho, y se escribirá más: es uno de los grandes temas literarios. Siempre recuerdo aquella frase de Cristina Peri Rossi: «Quizá lo que no es pasión, es muerte». Y aquella otra del nonagenario Clint Eastwood sobre plantarle cara con decisión: «Don't let the old man in». Y el hermoso y sentido obituario de Lope a su amigo Ayanza: «Venciste. Sin engaños pues. Muerte, no fue mucha la valentía, si has tardado en vencerle sesenta años quitándole la fuerza cada día». La muerte es ineludible, en esto estaremos de acuerdo, y tras su paso, deja restos, los nuestros, cuerpos de todo tipo, durmientes, descompuestos, en pedazos… Y hay quien se dedica a cuidarlos, a recomponerlos, a enterrarlos: gente que ha hecho de la muerte su trabajo.
Tenemos a los embalsamadores, oficio milenario: no nos libran de la descomposición, pero la retrasan (ahí tienen la momia de Lenin, y algunas más que salen en el papel cuché). Te cuentan que prefieren empezar a trabajar con muertos de piel helada, porque cuando aún están tibios, resulta una sensación perturbadora. Ahora tienen máquinas para embalsamar, que te inyectan una solución de alcohol, glicerina, fenol y formalina, y a tirar millas. También están los que hacen máscaras mortuorias, noble oficio; los romanos eran muy dados a las máscaras tras la muerte, creían que capturaban la esencia de las personas. Otro tipo de trabajadores son los que tienen que gestionar desastres varios: accidentes de avión y tráfico, explosiones, catástrofes ambientales… Identifican cuerpos, organizan los traslados desde cualquier lugar del mundo, se encargan de la comunicación hasta el punto de saber que a un japonés no se le puede regalar un rosa para honrar a su difunto, sino un crisantemo blanco.
En otro ángulo del tema están los, diríamos, Míster Lobo. Sin embargo, lo de limpiar escenarios de crímenes no es tan glamuroso como en la película de Tarantino. Al contrario, se trata de cadáveres que se descomponen tras morir durante el sueño, suicidas que se revientan la cabeza de un tiro, cuerpos llenos de gusanos, personas descuartizadas, y por ahí. «Una mancha de sangre en la alfombra es cuatro veces más grande debajo de ella. Es como una seta boca abajo», explica uno. Y no hay que olvidarse de los verdugos, y aún hoy algunos de ellos trabajan con capucha, para poder llevar una vida normal fuera de sus labores. Los médicos realizan autopsias, con los famosos cortes en Y que salen en series y películas, y no les cuento el proceso que sigue de incisiones, rotura de huesos, y extracción de órganos, incluido el cerebro, porque si están comiendo, no lo pasarán bien. Y el olor, a sangre y excremento.
'On continu'. Están los enterradores, por supuesto. Te cuentan que los gusanos no bajan a los dos metros a los que se suelen enterrar cuerpos, se quedan más bien por la superficie. Y los empleados que realizan las cremaciones: la temperatura dentro de los hornos alcanza los 862 grados Celsius, «para que los cuerpos no se cocinen, sino que se incineren». Te explican que los implantes metálicos sobreviven al infierno, las clavijas, los tornillos; que los implantes mamarios se quedan pegados como chicle en el fondo del horno; que el cáncer es lo que más tarda en quemarse, y que han aparecido tumores negros e intactos entre los huesos. Otro trabajador tan luminoso como tenebroso son las comadronas de bebés muertos (mortinato). Son mujeres que se encargan de sacar a dichos bebés, de acompañar a las madres en ese trance tan devastador. En el Reino Unido, uno de cada 250 embarazos termina en mortinato, eso nos da que cada día nacen muertos ocho bebés. Espantoso. En otra categoría se hallan los encargados de congelar cuerpos: la criogenización. Puedes congelar el cuerpo o sólo la cabeza, la esperanza es que te vuelvan a la vida cuando haya tecnología adecuada para hacerlo (en Rusia hay un dicho: tanto frío que hiela hasta los ojos de los osos). Bueno, quién sabe, han resucitado bacterias que llevaban 32.000 años congeladas. Otra cosa es lo que te encuentres cuando despiertes, eso si continúas siendo 'tú'. En todo caso, yo prefiero morirme y ya, porque recuerdo que en la Biblia no dicen que Lázaro fuese muy feliz. Y cómo olvidar aquel cuento asfixiante del escritor ruso Leonid Andréiev, 'Lázaro', o mismamente la novela 'El cementerio de animales', de Stephen King, que no da mucha esperanza.
Este repaso a la muerte y sus hacendosos currantes aparece en el apasionante ensayo 'Todos los vivos y los muertos' de Hayley Campbell (Capitán Swing). La autora misma hace honor al tema con su apariencia gótica, y lo cuenta de tal forma que no dejas de pasar páginas con los ojos abiertos como platos. La vida es fascinante y frágil, la muerte, absoluta; Demócrito escribe en su fragmento 84: «El mundo es una escena, la vida el paso por ella; entras, ves, sales». Disfrutemos nuestros años en el planeta, y muramos sin hacer aspavientos: los dinosaurios vivieron 170 millones de años, nosotros no llevamos aquí ni 200.000, y nadie nos asegura que vamos a durar como los lagartos.
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