Independentismo de patio trasero
El secesionismo catalán, cada vez más, me recuerda a un niño caprichoso y mimado. Un niño bien que se quiere ir, pero con el dinero de papá
El independentismo catalán, cada vez más, me recuerda a un niño caprichoso y mimado. Un niño bien que ha decidido independizarse, pero a medias, sin ... abandonar del todo la seguridad y, sobre todo, el dinero familiar. Quiere mudarse, tener su propia casa, su propia vida, pero sin irse muy lejos. En realidad, para ser honestos, es a la casita de invitados de la gran finca doméstica donde se quiere mudar. O el apartamento sobre el garaje de las antiguas series americanas. Hacer lo que le plazca, salir o entrar sin dar explicaciones, vivir libre, sin ataduras, normas u obligaciones, pero sabiendo que en cualquier momento, si algo se tuerce, puede demandar ayuda.
Un niño consentido y malcriado libre asociado que ha resuelto que el dinero que obtenga durante su independencia sea solo de él y para él, para sus cosas de independiente, y que, sin embargo, los gastos mayores, sean pagados por sus progenitores. Luz, agua, compras, mantenimiento, gastos comunes y un sinfín de consumos más.
Quiere ser el único competente en algunas áreas y que solo de él dependa cómo, cuándo y por qué usarlas. Tal es el caso del transporte. Le molesta usar el público, eso es cosa de otros. Él quiere autonomía, libertad de movimiento, soberanía en sus decisiones. Por eso se ha comprado un coche. La verdad es que él solo lo ha elegido, pero ha sido sufragado con parte del dinero del fondo de ayudas familiar que le han cedido para esa ansiada libertad.
Tiene contratados distintos servicios. Limpiador, cocinero, jardinero para su parcela dentro de la hacienda familiar, piscinero, un servicio de mantenimiento integral que cubre cualquier avería, un sistema de salud, un seguro de accidentes y de viajes, etc. Todo lo necesario para una cómoda vida independiente que, además, le ha salido muy barato porque la mayor parte de esos servicios los costea el capital ascendiente. Cierto que él, claro, tutela los servicios, recauda, vigila que se cumplan y mira, dice, por los intereses comunes, pero no quiere abonarlos.
Además de la casa cerca de la vivienda familiar y del coche emancipador, goza de una paga. Le ha costado lo suyo conseguirla, pero tras mucho pelear, amenazar con un sinfín de locuras e incluso hacer las maletas, ponerlas en la puerta y hacer amago de que se marcharía sin mirar atrás y que no sabrían más de él si no accedían a sus peticiones, ha conseguido un estipendio sustancioso. De esta suerte es más sencillo ser libre e independiente.
Todo esto, lo ha hecho, hasta el momento, sin excesivas dificultades porque es sabedor de que en acontecimientos importantes, en el hogar común -ese que quiere abandonar, pero no del todo-, le necesitan. Él pone paz o guerra en días señalados. Vota a favor o en contra de sus padres o de sus hermanos en función de cómo se hayan portado con él. A veces, lo sabe, tiene la batuta. Últimamente, más.
Así, como un niño mal acostumbrado con cuantiosos recursos que se emancipa, pero solo un poco, es como el independentismo catalán se comporta. Quieren, pero no; dicen, pero no; exigen, pero no. Y lo de declararse unilateralmente independiente, país libre asociado o no, a sabiendas de que el Estado, 'papá Estado' -da igual quien ostente el poder porque, salvo la extrema derecha, todos les auxiliarían- estará ahí, es tramposo. Es un independentismo consentido que, además, engaña al resto, y a sus seguidores, porque no cuenta la verdad. No explica que demanda la independencia, pero solo de boquilla porque una independencia real, completa e íntegra más allá de mítines, discursos, banderas, etc. supone pagar tu propia hipoteca y tus propios gastos. Todos los gastos. Todos. Es mejor seguir viviendo en la casa familiar y que sea papá Estado el que se haga cargo. Independiente, pero de patio trasero. Independiente, pero en la casa y la empresa de papá.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión