Sobre hombros de gigantes
Profesor con mayúsculas, José Antonio Fidalgo deja un legado enorme a los miles de alumnos de la Inmaculada a quienes enseñó la Física y Química con ingenio, humor y maestría
Durante muchos años, más de treinta, José Antonio Fidalgo explicaba el sentido de la frase «si he visto más, es poniéndome sobre los hombros de ... gigantes» a sus alumnos de Física y Química en el colegio de la Inmaculada. Con esta frase, escrita por Isaac Newton para decir que sin lo descubierto por todos los científicos anteriores, y en particular por Copérnico y Kepler, sus avances en la ciencia no habrían sido posibles, Fidalgo nos explicaba el método científico y capturaba nuestra atención en las clases. Pues al igual que Newton, todos tenemos nuestros gigantes, sin los cuales no se puede justificar lo que somos, ni lo mucho o poco que hayamos podido lograr. Para muchos de los antiguos alumnos del colegio de la Inmaculada, Fidalgo es uno de esos gigantes.
Publicidad
Por supuesto, en cientos de aulas de institutos y colegios, sean de la titularidad que sean (aquí está una de las falacias de los enfrentamientos entre la enseñanza pública y la concertada), hay y ha habido gigantes; profesores vocacionados que influyen en la vida de sus alumnos y con su forma de enseñar, y más aún de ser, ayudan a crecer a sus alumnos. Pues Fidalgo fue uno de ellos.
Pero Fidalgo era un gigante bastante especial. En sus clases no existía el aburrimiento, era capaz de explicar los conceptos de la Física con anécdotas y aventuras, desde las batallitas de la mili para el principio de acción y reacción, a los discos de la Pastorina para la velocidad angular. Es cierto que esa forma de dar clase, un estilo de clase magistral, una instrucción directa, hoy en día bastante denostada, solo está al alcance de personas como Fidalgo, con una capacidad de comunicación brutal, que era capaz de engatusarte y llevarte a su terreno para que, quizás sin darte cuenta, aprendieses Física.
Durante todos esos años, del final de los sesenta al 2000, el área de ciencias del colegio de la Inmaculada era un auténtico lujo. Con Fidalgo estaban Justo Álvarez y Carlos Valdés, todos químicos de formación (en sus años de estudiantes era la única carrera de ciencias que existía en la Universidad de Oviedo). En sus aulas se aunaba el rigor académico, la búsqueda de la excelencia en sus alumnos con un trato siempre considerado. No recuerdo haberles oído levantar la voz a ninguno de ellos. No lo necesitaban. El respeto y la autoridad lo ganaban en el día a día y, en ese caso, no hace falta imponerlo. Todos ellos de profundas creencias y consecuentes con ellas.
Publicidad
Los que seguimos sus pasos por haber sido sus alumnos y, más tarde, compañeros ya como profesores en el mismo colegio, los tenemos como ejemplo. La frase que aparece en los manuales de pedagogía ignaciana y que, año tras año, les decimos en su formación a los profesores nuevos de nuestros colegios –«San Ignacio coloca claramente el ejemplo personal del profesor por delante de su ciencia o su oratoria»– se hacía realidad en todos ellos.
La venganza de don Mendo
En el caso de Fidalgo, una de sus herramientas era el humor. Capaz de relatar el romance de fi-fi variable independiente, para introducir las derivadas, o recitar de memoria la venganza de Don Mendo, en este caso realmente no recuerdo para qué, mientras encendía un cigarro con la colilla del otro, y la clase seguía atenta. Lo mismo que podría explicarnos una receta de cocina para ilustrar alguna reacción química o utilizar ejemplos del Sporting en los problemas de Física.
Publicidad
Todo ello para acercarnos a la Física. Es difícil olvidar que el agua puede hervir a temperatura ambiente, cuando lo has visto en clase con la campana de vacío que Fidalgo paseaba de un aula a otra en un carrito, o el que el aire puede llegar a conducir la corriente, tras ver en funcionamiento del aparato de rayos X Sánchez. Ese aparato de Rayos Sánchez, que aún hoy cada año sacamos del museo del colegio para llevarlo a las clases, nos daba lugar a uno de los momentos estrella del año, cuando un alumno, con una mano en el aparato de Rayos, agarraba con la otra un tubo fluorescente que se encendía en su mano como si fuese la espada de luz de Darth Vader. Lo vi como alumno y años más tarde, Fidalgo me enseñó a usarlo para poder utilizarlo en clase con mis alumnos. Cada vez que uso ese instrumento, menciono a Fidalgo, es de justicia.
Divulgador, escritor, docente
Trabajador incansable. Durante años daba más horas de clase de las obligadas. Esto, sumado a su tarea de escritor, solo está al alcance de algunos. En estos días se recuerda mucho su enorme labor como escritor y divulgador de la cocina asturiana, pero sus primeros libros fueron sobre Física y Química. Sus libros, '1000 problemas de Física' y '1000 problemas de Química' (que no son pocos problemas) o el de 'Física general' no pasan de moda y son herramientas de referencia para miles de estudiantes, tanto de bachillerato como de primeros años de universidad. Fidalgo decía, en parte con orgullo y en otra parte mayor, con cierto disgusto, que esos libros, con sus ejemplos y problemas resueltos habían sido copiados y por qué no decirlo, plagiados innumerables veces. Me los enseñaba, igualitos, con los mismos números, en libros de otros autores.
Publicidad
Ese es otro punto en el que debo dar las gracias a Fidalgo. Lo hice en persona muchas veces cuando vivía y ahora, públicamente, por invitarme a escribir con él alguno de sus libros de Física y Química. Fue una experiencia profesional apasionante, en la que la mayor dificultad no era escribir, sino poder seguir su ritmo de trabajo. Como ya dije, era incansable.
Divulgador, comunicador, escritor, pero, sobre todo, profesor, con mayúsculas; a eso dedicó muchísimos años y en ello deja un legado enorme. El cariño y el reconocimiento de sus alumnos, que incluso pasados muchísimos años le siguen recordando como uno de sus grandes profesores, es algo intangible, pero de lo que él era consciente y estaba orgulloso. Y, para los que ahora ocupamos su lugar en las aulas que él y sus compañeros pisaron tantas veces, ellos serán siempre un referente y marcarán un nivel de exigencia personal y profesional que, aunque será difícil lograr, nos motiva y nos impulsa en el trabajo de cada día. Como empezaba este artículo, 'Sobre hombros de gigantes', es un privilegio, pero también una responsabilidad. Para terminar, decir quizás la expresión más repetida en estos días al hablar de Fidalgo, como no podía ser de otra forma, es una expresión bastante asturiana: «Era un buen paisano». Con eso se dicen muchas cosas, aunque no todas. Queda mucho en el recuerdo por decir.
Publicidad
Sobre hombros de gigantes. Descanse en paz. AMDG.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión