Lo que digo y lo que hago

Estamos necesitados de autenticidad, de sinceridad y de verdad y muchas veces nos sentimos decepcionados por los discursos de los jefes o los políticos que prometen lo que nos agrada, aunque en realidad, sabemos que quien mucho promete, no suele cumplir. Ser maestro o guía de los demás es un servicio muy delicado que no debemos asumir ni buscar si no es por encargado, pues implica mucha responsabilidad. Por eso el apóstol Santiago nos dice que «no seamos maestros de los demás» porque tendremos un juicio más severo, y no puede un ciego guiar a otro ciego.

Si nos pusiésemos una calificación entre 0 y 10, que reflejase nuestra bondad, seguramente, pondríamos por encima de notable. Y no es por no reconocer que tenemos cosas que no son buenas, porque esas cosas negativas las justificamos o las atribuimos circunstancias externas. En una sociedad dañada por injusticias, rivalidades, odios y agresividad son necesarias personas sanas que den otra clase de frutos. Y ¿qué podemos nosotros? Necesitamos saber acoger, desarrollar la capacidad de comprensión, por graves que sean los errores, no condenar, no juzgar ni despreciar a nadie, porque nuestros juicios y condenas son signo de poca calidad humana.