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En la segunda guerra mundial los alemanes disponían de los mejores aviones, y también pilotos bien entrenados, pero los ingleses habían descubierto el radar y ... consiguieron derrotarlos en la llamada batalla de Inglaterra. En el Norte de África, los alemanes luchaban con los poderosos blindados al mando del mariscal Rómel, apodado 'el zorro del desierto', pero sus soldados salían al combate llenos de piojos, mientras que los ingleses del mariscal Montgomery lo hacían limpios, porque estos, los británicos, habían inventado el DDT. También los aliados utilizaban ya la penicilina, descubierta por el doctor Fleming, en tanto que los alemanes morían a consecuencia de la gangrena y otras infecciones. Napoleón consiguió llegar hasta Moscú, y aunque el frío y las epidemias le hicieron retroceder, su hazaña se debió en parte a que antes de los descubrimientos de Louis Parteur, los franceses ya sabían que los alimentos eran más duraderos si se calentaban al fuego. Mas tarde ya vino lo que aportó el gran sabio de Dole, que revolucionó por completo la medicina, salvando miles o tal vez millones de vidas. Pasteur recomendaba algo tan simple como que los médicos se lavaran las manos antes de atender un parto, que se hirvieran los utensilios de cirugía y, sobre todo, lo que significó la pasteurización y uperización de la leche de los animales, destinada al consumo humano.
Y no solo la leche, como recomendación de calentarla para evitar enfermedades, sino que Louis Pasteur era partidario de que se hiciera otro tanto con las bebidas alcohólicas de baja graduación. O sea, que todas las bebidas que pueden almacenar una concentración importante de bacterias era preciso tratarlas con el calor. Por estas tierras se bebe la sidra dulce y la fermentada despreocupadamente, y en el mismo vaso. Seguramente es una de las muchas causas que induce a los franceses a decir que África comienza en los Pirineos, y usar con nosotros la palabra 'cochons'. Los que hablan ingles usan el término 'pigs', metiendo en el mismo saco a los otros países del sur de Europa. Habría que replicarles, ofendidos por sus generalizaciones, si uno no se topase en este país con muestras antihigiénicas que llegan a producir grima. Estoy harto de ver en grandes y medianos mercados, como supongo que le ocurrirá a cualquiera que los frecuente, a niños de píe o sentados en los carros de la compra. Como si fueran caballitos de feria, colocados los infantes en el mismo sitio donde se depositan los alimentos: los pañales rezumando excrementos o el calzado que recoge las propias deposiciones o las de los animales de compañía. ¿Acaso alguien duda de que eso no es una fuente de contagio de enfermedades, aparte del efecto de repugnancia en cualquier ser civilizado?
Son muchos los reproches, incluso usando lo escatológico, para referirse en estos tiempos a la política. Un olor a podrido, metafóricamente hablando, que supuestamente alcanza no solo a la legislatura sino también a los magistrados. Y cuando uno ya está harto del fuego cruzado de acusaciones, poniendo en solfa a presuntos culpables y presuntos inocentes de ambos bandos, apetece desengancharse del ruido y de la furia para recordar la guerra del inimitable Miguel Gila. Una guerra donde en vez de con balas nos pueden matar con virus y bacterias. Y una ministra del gobierno que dice que ella está dispuesta a aprobar el incremento de gastos para el ejército, pero siempre que no sea para cosas de la guerra. Y solo le falta decir, como Gila, que los soldados deberían disparar con supositorios.
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