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Contaba el maestro Manuel Alcántara, columnista de EL COMERCIO hasta poco antes de morirse, que en las plaza de toros de Valencia una señora le ... había pedido un bolígrafo prestado a un señor con el que se topó, que era Severo Ochoa, para que le pudieran firmar un autógrafo los Morancos. La anécdota pudo ser cierta o no, pero la relación de nuestro premio Nobel con Valencia es manifiesta, porque allí fue a parar gran parte de su legado, y seguramente ocurrió lo más digno, puesto que en Asturias ni siquiera se encargaron de un entierro presentable ni de cuidar su tumba, abandonada y llena de moho durante un tiempo en el cementerio de Luarca. En cuanto a los Morancos es natural que estuvieran en Valencia o en cualquier ciudad en fiestas. El esperpento, sustituto del humor, se vende bien hoy día en cualquier ciudad en ferias, pero resulta vulgar y sin gracia si no lo maneja un genio como Valle Inclán. A mí los Morancos me hacen tanta gracia como la que debían hacerle a Manolo Alcántara, y como duran y perduran tendrán acomodo seguramente en esos programas a los que no sé si denominan de entretenimiento o culturales, que han pergeñado ahora en la televisión que pagamos entre todos. Los nuevos reyes de Televisión Española, que ellos, ellas y elles se lo guisan, se lo comen y lo defecan por las ondas. Para los que los acompañan con su gusto infame.
Pero estos famosos también tienen sus picos de popularidad, cuando los sucesos les son propicios. El segundo apagón, el de los trenes, pilló a los supuestos humoristas, los Morancos, camino de Sevilla, dejándolos en medio del páramo. Las distintas televisiones reclamaron su presencia para que contaran las cuitas, y ellos respondieron a la llamada con lágrimas en los ojos. Aquí no tengo más remedio que hacer un paréntesis para responder a los que preguntan, y tú ¿por qué te paras a ver esos programas que tildas de infames? Cierto que no les llego a la suela de los talones, pero me sumo a dos personas de gran prestigio que los veían: el filósofo Gustavo Bueno, porque decía que eran imprescindibles para conocer la evolución de la sociedad, y el ex director de la Real Academia Fernando Lázaro Carreter, que afirmaba que contemplar esas bazofias –que entonces estaban en canales privados y aún no habían llegado a la TVE–, le servían para abominar un poco más del género humano. También es verdad que se puede sacar algo en limpio chapoteando en lo más sucio. Los Morancos, así como la política Sevillana Susana Díaz, que también quedó atrapada, y a la que se refería Manólo Alcántara diciendo que calzaba un número de dientes mayor que la boca, nos pusieron al tanto de que sin corriente los váteres del AVE se habían atascado, la gente se aliviaba desde las puertas y todo el tren olía, y no a ámbar, que diría Quijote. El resultado de un apagón puede ser parecido a la película de Marco Ferreri 'La gran comilona'.
Antes había humoristas de verdad, que sabían contarnos los apagones. Tono, Lopéz Rubio, Mihura y algún otro viajaban en el coche de Edgar Neville, que era un dandi rico. Bajando la cuesta de Perdices el coche se quedó sin luz, y mientras trataban de solucionar la avería, Tono vio que bajaba una camioneta también con las luces apagadas. Fue entonces cuando haciendo aspavientos les dijo: «Dejadlo, dejadlo, no hay nada que hacer: es un apagón general».
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