Noche encendida
No sé si algún día llegará el gran apagón, el definitivo, cuando un loco apriete un botón o el planeta se agote, roído por los humanos
Parece ser que la tierra de Allande, donde me nacieron, es un sitio apropiado para mirar el firmamento. La astrofísica del concejo Lucía González encontraría ... su vocación seguramente cuando vio encenderse la noche de mayo. O esa luna de fresa de los días de junio, antes de que llegue el solsticio de verano. Mejor mirar al cielo que a la tierra, con la que está cayendo. Y más que caerá, con este rayo que no cesa. En el otro extremo de Asturias, cuando cruzaba por el pueblo de Bulnes –hablo en pasado, porque ya no sé si volveré– siempre me fijaba en la placa de la pared del cementerio donde está enterrado Luis Martínez 'El Cuco', primer montañero muerto en el intento de escalar el pico Urriello. Allí, en la placa, constan las últimas palabras escritas a lápiz en el cuadernillo que guardaba en la mochila: «Me encuentro mal, pero hace una hermosa noche y estoy mirando las estrellas». 'El Cuco' murió joven y sin el sueño cumplido de llegar a la cumbre, pero qué belleza y qué silencio, lejos de lo que llaman civilización.
Tiene mérito lo de la joven astrofísica allandesa de crear un epicentro para comprender el Universo, cuando seguramente sus ancestros, como ocurría con los míos, negaban o dudaban de que la Tierra fuera redonda. Aquel mundo del pasado se extendía hasta poco más allá de donde marcaba el horizonte, excepto para los que tenían que llenar las maletas de viaje con ropa humedecida por las lágrimas. Embarcarse, sin conocer el mar, rumbo hacia otro continente y otro hemisferio, donde hasta las estrellas son distintas y los veranos se tornan en inviernos y viceversa. Aquellas tierras, entonces cerradas, donde solo existía un corredor que muchas veces se convertía en camino sin retorno. Los que retornaban, unos lo hacían triunfantes, con sus haigas, y en el bolsillo dólares o pesos. Otros volvían humillados y con la cara llena de vergüenza. Al final unos y otros cuando los calendarios se iban desgastando hoja a hoja, acababan por darse cuenta de que la única salida era hacia las estrellas.
Tal vez me quede esa querencia de la infancia por las noches despejadas, cuando me asomaba al balcón para ver lo que llamábamos 'el carro', y otras constelaciones. La palabra lucero, era para mi alma de soñador la más hermosa. La luna redonda, como la de estas noches que antecede al solsticio de verano, y la nombran luna de fresa. Perros que ladran a la luna y lobos que aúllan en la lejanía. Las mismas noches que contemplaron los poetas, y a Lorca le hizo ver que: «...casi por compromiso se apagaron los faroles y se encendieron los grillos». Alejandro Casona, con nuestro cielo común, ideó 'La flauta del sapo': «La luna pesca en el charco/ con sus anzuelos de plata,/ el sapo canta en la yerba,/ la rana sueña en el agua».
Ahora me conformo con los cielos rasos alejado de las cumbres. Ya no hay fuerza, cuando ejerzo de okupa en el puerto de San Isidro, para subir a ver como anochece desde el pico Torres, llenándose de puntitos brillantes a un tiempo el suelo de Asturias y el cielo de las galaxias. No sé si algún día llegará el gran apagón, el definitivo, cuando un loco apriete un botón o el planeta se agote, roído por los humanos. Yo ya no estaré aquí para verlo: para entonces me habré ido hacia las estrellas, en un camino sin retorno. Y seguramente hacia ninguna parte.
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