Pasado imperfecto
Una amiga me decía que encontraba misógina 'Casablanca', una de mis películas favoritas, y que en el argumento se ensalzaba a héroes con conductas reprochables
Ya sé que las discusiones hacen perder amigos, pero es muy difícil abstenerse dados los tiempos que corren. Sobre una de las películas favoritas mías, ... y creo que de muchos más, 'Casablanca', una amiga me decía que la encontraba misógina y que en el argumento se ensalzaba a héroes con conductas reprochables. No le gustaba ver a Humphrey Bogard oficiando de seductor y al mismo tiempo poniendo cara de asco a las mujeres; castiga a Ilsa –Ingrid Bergman– por haberlo abandonado en París, y trata a su amante ocasional, Madeleine Lebau, como si fuera un estropajo, pidiendo que la saquen del café y la metan en un taxi. Pero lo que más le encorajina a mi amiga es la escena de los jóvenes recién casados que buscan salvoconductos para huir de Casablanca hasta Lisboa. Ahí aparece el capitán Renaud, que se los puede dar, pero según costumbre del corrupto policía, ejerciendo el derecho de pernada sobre la joven, como hacían los antiguos feudales. Ahí es donde asoma un rescoldo de honradez en el taimado Rick, y hace amaño en la ruleta para que ganen el dinero suficiente con que comprar los pasaportes al capitán. Pero éste le advierte a Rick que no se interponga en los asuntos suyos con una rubia que espera.
Aquellos años de la acción de 'Casablanca' eran tiempos de guerra, y hasta hay proverbios que dicen que en la guerra como en el amor todas las estrategias son válidas. Yo le hice ver a mi amiga que conocía hechos abominables que se parecían al de la película, pero transcurridos en tiempos de paz. Era un peaje –enterarme de lo que abomino– haber trabajado en sitios de mucha gente, donde circulaban como una corriente de mal aire noticias sobre las infamias. Porque donde había muchos trabajando –empresas de todos y de nadie– los que se quedaban fuera querían también entrar. Y los caminos eran varios: por derechos de convenio, de merecimiento, de soborno y según los rumores también de pernada. Nunca falta el macho cabrío –el chivo, como le llamaban al dictador Trujillo Vargas Llosa– que con tal de merendarse una carne joven están dispuestos a engañar a su madre, y no digamos a la empresa donde tiene algún poder. Al lector se le pueden ir los pensamientos, por las concomitancias con los hechos actuales hacia los crápulas de la política. No, no es de estos temas de ahora tan sobados, donde según los audios actúan meretrices «que se enrollan que te cagas», de los que quiero hablar, sino de tiempos pasados en que los rumores eran harto creíbles por los desenlaces probados. Una mujer humillada y vendida para conseguir el trabajo el esposo, acabó narrando su desgracia a voces. ¿Por qué no creerla?
El suceso ocurrió más o menos ateniéndome a lo que ella contaba y lo que uno se imagina. Había habido algún otro caso, y entre colegas, borrachos o cuerdos, siempre se va alguien de la lengua. El vaina del cuento se enteró, y entonces presionó a su mujer para que fuera a visitar al 'chivo', perfumada y ligera de ropa. El vaina ingresó en la empresa, y al cabo del tiempo en una discusión llamó a su mujer con la palabra de las cuatro letras. El vaina, con un trabajo de poco esfuerzo y jubilación segura, calculó que aquella mujer no era digna de vivir bajo su techo: la echó a la calle, después de muchas riñas y varios golpes. La despidió con un portazo, gritándole la palabra de las cuatro letras.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.