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Cuando mi querido y recordado amigo Faustino Arbesú trajo al Festival del Cómic a Quino, tuve la ocasión de sentarme al lado del creador de ... Mafalda. Quino respondía llanamente a todas las preguntas que le hacían y cuando tienes delante a un genio nunca falta el que quiere saber de dónde le llega la inspiración. Quino respondió sin dudarlo que su principal fuente era la Biblia, un compendio de todo lo bueno y lo malo que encierra el ser humano. Se apresuró a añadir que él no era creyente, pero que no por eso excluía cualquier fuente de sabiduría. Claro que los libros, además de leerlos, depende de cómo se interpreten, y si hay algún libro de interpretaciones diversas es precisamente ese, que dio origen a las religiones monoteístas.
Hubo mucha sangre derramada por lo que vieron o no quisieron ver unos y otros en la Biblia. El principal rupturista, para enmendar una doctrina que él consideraba desmadrada y errónea, mira por donde, fue un agustino llamado Martín Lutero. De la misma orden que el actual papa León XIV. No obstante, lo que veía Quino en la Biblia no eran acordes y desacuerdos, sino una ejemplificación del bien y del mal, de las grandezas y las miserias del ser humano. Y un Dios creado a esa imagen y semejanza. Con buen criterio los modernos papas –yo ya llevo ocho ejercientes desde que tengo uso de razón, empezando por Pío XII y llegando hasta León XIV– atemperaron las llamas del infierno, dejándolo un poco más suave que lo que nos mostró Dante en la 'Divina Comedia'. Y no digamos aquellos curas de los ejercicios espirituales, con el ejemplo de la hormiguita dando vueltas alrededor de la Tierra, y que eso que tardaba en hacer un reguerito era solo el comienzo de lo que nos esperaba metidos entre las llamas.
Dejando a un lado el acojone de aquellos tiempos pasados, no está de más recuperar la lectura bíblica y recomendarla a los que nos desgobiernan. El sabio rey Salomón, por boca y pluma de quien escribió su historia, supo entender los sentimientos de una madre. Tuvo que juzgar ante una madre verdadera y otra falsa, que reclamaban al niño como hijo suyo. Salomón mandó partir la criatura dando la mitad a cada una, y fue entonces cuando la madre verdadera renunció, entregándosela a la otra, para salvar la vida del niño.
Y es que, exceptuando la locura de una Medea, ninguna madre obedece para causarle un mal a su hijo. Dios mandó levantar el cuchillo a Abraham contra su hijo Isaac para probar su fe, y el patriarca obedeció, sujetándole Yahvé el brazo en el último instante. Dice al respecto nuestro vate Ramón de Campoamor en una de sus 'Doloras', que pidiéndoselo a una madre, ésta, ni al mismísimo Dios obedecería.
Habría que preguntarle a Mafalda si ella, que es mujer, entiende que haya políticos capaces de vender a su madre por un puñado de votos. Que pacten con los que descargaron el cuchillo contra sus hermanos. Que no entiendan el mensaje de Salomón, de que es preferible entregar al hijo, o sea el gobierno, antes de que lo partan y lo repartan los falsos padres y las falsas madres. Aguantar hasta que llegue la gran derrota y entonces, cuando ya no quede nada que ofrecer, intentar cambiar el reino por un caballo, como suplicaba Ricardo III. Para entonces ya no habrá caballos, y el único remedio será cargar de combustible el Falcon.
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