Clases de biblia gratis
José Busto
Lunes, 16 de junio 2025, 02:00
Es fácil encontrar a Dios en la austeridad ecuménica de la calle Rivero. Es un prodigio de escaparate donde cada cual interpreta la trascendencia como ... mejor le parece. La fuente de tres caños, recién restaurada con mimo y diligencia, hace las veces de pila bautismal redentora. Los domingos por la mañana es paso obligado de gandules despistados, adolescentes borrachos y peregrinos alemanes. Hay dónde elegir. Tienes la capilla de San Pedro y su Cristo Azotado, el puestecito de los testigos de Jehová o la confitería Polledo y sus lazos de crema virginal.
Los de Jehová son jubilados elegantes, gentiles y bonachones. Cuando no predican, hablan de sus cosas de mayores como si predicaran. Los triglicéridos, la nieta, el Belenos Rugby Club… ese tipo de cosas. Sé que es de mala educación escuchar a hurtadillas las conversaciones ajenas, pero en mi defensa alegaré deformación profesional. El caso es que siempre me ha fascinado su paciencia infinita y esa solemnidad sin arrugas. Y muy consciente de mi interés, uno de ellos me ofreció clases de biblia gratis. ¿Por qué necesitaría clases de biblia, caballero? Porque estamos viviendo los últimos días, respondió. Y al ver que su lógica implacable no hacía mella, se lanzó con todo y me preguntó: ¿en qué crees tú?
Yo creo en la entropía, caballero. Que todo tiende al olvido y a la extinción sin propósito ni plan maestro. Que la muerte es sólo un hecho físico inevitable que no precisa maquillaje. Creo que sólo somos materia enfriándose con más o menos elegancia. Desde el café hasta el universo mismo. Directos a una muerte térmica sin trompetas ni ángeles con espadas. Sólo somos energía degradándose. Creo en que la flecha del tiempo no la marca ningún dios porque nadie ha visto nunca un huevo rehacerse solo. Que el universo no nos debe nada y que la conciencia sólo es un incidente estadístico en la evolución. En eso creo, caballero.
La réplica visceral que yo esperaba nunca llegó. Sólo una sonrisa serena y los dedos cruzados sobre el mango del paraguas. Rebuscó en su carpeta, sacó un folleto y me lo tendió como si fuera la última pieza de un rompecabezas celestial. Aquí tienes los horarios de los grupos de estudio, dijo. Dios también ama la entropía. Y se quedó allí mirándome a los ojos con la seguridad de quien sabe que el otro acaba de recibir una noticia cuyo alcance aún no es capaz de entender. Me dio una palmada en el hombro, como cuando das el pésame, y volvió con sus colegas henchido de orgullo y satisfacción mientras lo recibían con aplausos sin quitarme ojo.
Entré en la confitería Polledo, adquirí un lazo de crema virginal y volví a casa pensando que no es religión, salvación o redención lo que buscamos. Es consuelo. No queremos creer, queremos que nos crean. Queremos certezas de que todo va a ir bien. Que hay un plan. Que los lazos de crema virginal no disparan los triglicéridos. Ese es el verdadero prodigio.
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