El fin del mundo y yo
José Busto
Lunes, 30 de junio 2025, 00:10
Desde que tengo memoria siempre quise ser testigo del fin del mundo. Algo rápido, pero no demasiado. Que se pueda disfrutar desde una terraza a ... la orilla del mar en bermudas y camiseta. Con una Budweiser helada en la mano, el Johnny B. Goode de Chuck Berry a todo trapo y un bol hasta arriba de trigo inflado ecológico. Y mucha gente alrededor con la misma actitud. El meteorito es, sin duda alguna, mi apocalipsis favorito.
Ahora mi único apocalipsis es levantar los pies en el ambulatorio para que la señora de la limpieza pase la fregona. Gracias, me dice. Para servir a Dios y a usted, respondo tratando de sacarle una sonrisa sin éxito. A mi izquierda una mujer solloza muy bajito.
A mi derecha, un caballero lee la sección internacional de LA VOZ DE AVILÉS. Estiro el cuello sin disimular. Estados Unidos bombardea Irán. Israel desintegra Gaza. Pedro Sánchez más solo que nunca en La Haya. El resto de los pacientes que esperan para sacarse sangre respiran en silencio como si la segunda venida de Cristo fuera inminente.
Una enfermera de voz amigable pronuncia mi nombre, levanto la mano, todos me miran y entro con la muestra de orina y heces.
Mucho te veo por aquí últimamente, me dice otra enfermera mientras me acomodo en la silla y estiro el brazo como si fuera a hacerme un tatuaje. Ya te digo, murmuro entre dientes. Estás mejor rapado, así la coronilla canta más. Es que me da pereza. Pareces un mendigo con esa barba, ¿no te da calor? Clávame la aguja de una vez, pienso, pareces mi madre. Ella coloca la goma con destreza y pregunta si vengo en ayunas, pero no respondo porque no sé mentir y me echaría la bronca. Observo mi sangre serpenteando dentro del tubo y me acuerdo de los drones ucranianos reventando tanques rusos. Me impresiona su color: tan viva, tan exacta, tan mía.
Salgo mareado apretando el esparadrapo, tropiezo con el triángulo amarillo que advierte del suelo mojado y me pego el gran castañazo. Nadie se mueve. Sólo me miran, colorados de vergüenza ajena. Contemplo boca arriba cómo parpadean los fluorescentes del techo. Oigo el rotor de helicópteros lejanos y las primeras notas de The End. Como en la película 'Apocalipsis Now'. de Francis Ford Coppola. Me incorporo, digno, aguantando el dolor y con cara de: tranquilos, no ha sido nada. Alguien a mi espalda rompe el hielo con un: ¿estás bien? Perfectamente. Y salgo del ambulatorio cojeando hasta la parada de taxis porque en veinte minutos tengo cita con el urólogo en el San Agustín.
El taxista, jovencísimo, no para de blasfemar contra Koldo. Prefiero no entrarle al trapo, van a practicar el medievo con mi próstata, me da igual todo. Como tengo presbicia el chaval me ayuda a seleccionar las monedas. Lo veo alejarse y… ¿el móvil?
Mierda. No me lo puedo creer. Y alzo la vista al cielo esperando ver una estela humeante llegada del espacio exterior que acabe con mi agonía.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.